CAPÍTULO ONCE

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EFREN

Hay ruido afuera de la habitación, los padres de Leah decidieron dar fin a su paseo marital.

Me encuentro acostado a la mitad de la cama, mis pies sobresaliendo de las mantas y mis brazos atenazando el cuerpo de Leah. Nuestras piernas están enredadas y uno de sus brazos está cruzado por encima de mis hombros, manteniéndome cerca. Lo mejor de todo esto es que mi cómoda almohada resultan ser sus pechos. Que gran manera de despertar.

Un golpe en la puerta me anuncia que debo de salirme de donde me encuentro o tendremos problemas.

—¿Leah?

Ese sutil llamado en voz de su madre, es suficiente para que Leah quede sentada de golpe en la cama. El pelo sobre su cara, la sabana apoyada contra ella.

—Buenos días, dulce.

Ella salta cuando un nuevo golpe en la puerta nos alerta de nuestro estado. Gracias al cielo, sus padres no son como mi madre y entran sin llamar. Ellos, como debe de ser, están esperando una confirmación.

—Vístete ahora —Me dice, saliendo de la cama y poniéndose lo primero que pilla. —En seguida, mamá.

Me rio de su nerviosismo, pero la obedezco.

—Esto de que nos sorprendan por las mañanas se está volviendo costumbre. —Le digo mientras cuelo la playera por mi cabeza. —¿Quién crees que nos atrapará la próxima semana?

Ella me fulmina con la mirada.

—Esto debe parar. Nos estamos volviendo descuidados.

—Oh vamos, dulce. Solo estábamos relajados. No es para tanto.

Ella no me dice nada, pero hay tensión en su espalda. Es innecesaria, a cualquiera podría pasarle. Ella me hace una seña y abre la puerta.

Los señores Green están del otro lado y le dan una gran sonrisa a su hija y se inclinan para abrazarla, cuando reparan en mí, ambos se detienen sorprendidos. Yo torpemente levanto mi mano a modo de saludo.

—Hola.

Burt, el padre de Leah es el primero en recuperarse de la impresión y me devuelve el saludo de la misma manera.

—Mamá, papá ¿Qué tal todo?

La madre de Leah abre su boca, sin llegar a decir palabra. El señor Green pasa su mirada de uno a otro.

—Bien Leah, gracias por preguntar. ¿Qué hay de ustedes, chicos?

Leah me da una mirada.

—Se me hizo algo tarde anoche; lo siento, mi error.

Él asiente y nos hace señas para que lo sigamos.

La madre de Leah la toma por el brazo y veo que juntan sus cabezas mientras nos vamos hasta la sala. Bien, me van a sermonear.

Mientras pasamos por fuera de la cocina reparo en un gran detalle.

Hay un par de botones que olvidamos recoger ayer. Le toco el hombro a Leah y cuando se voltea, se los señalo. Ella abre mucho los ojos.

—Entonces, ¿qué hicieron? —pregunta Burt casual y nosotros compartimos una mirada.

—Mmm, nada, ya sabes. Solo pasamos el rato. —responde Leah y se muerde el labio. Está nerviosa. Cualquiera puede verlo, al menos no está faltando a la verdad.

Él asiente y mira a Delilah que luce menos convencida. Ella es un público más difícil. Nunca antes me habían encontrado en el cuarto con Leah un sábado por la mañana, no desde que éramos adolescentes y me quedaba para alguna noche de películas. Luego de un momento de silencio, la señora Green comienza a contar sobre el lugar al que fueron. Una hermosa casa de campo a la salida de la ciudad a compartir con unos amigos. Leah parece imperiosa por salir del momento incómodo, participando con muchas preguntas dentro de la conversación.

Siempre LeahWhere stories live. Discover now