14

55 7 4
                                    

NIAM

La alarma del despertador podría convertirse en mi enemiga.

Como odio ese pitido ensordecedor.

Emito un gruñido cuando el reloj no deja de repiquetear a pocos centímetros de mi oído, anunciando que ya son las 6:00am y debo ir al instituto muy en contra de mi voluntad. Extiendo el brazo por fuera de las cobijas calentitas que me tientan a faltar a clases hoy y apago la escandalosa alarma.

Me dispongo a dormir solo unos cinco minutos más, me acurruco entre las almohadas y...

La puerta de mi habitación se abre abruptamente, tan duro que chirría y truena al impactarse con la pared, apenas soy consciente de que alguien enciende la luz de golpe y veo blanco por un instante cuando la bombilla em encandila.

¿Qué carajos?

—¡Levántate, recluta! ¡Ya amaneció! —papá me arranca las sábanas y pego un respingo tan fuerte que aterrizo en el suelo con el estómago hacia abajo.

—¡Ah! ¡Papá! ¡¿Enloqueciste?! No estamos en el ejército. —protesto desde el piso frío.

—Pues lo estarás si no mejoras tu puntualidad. No quiero que ninguno de tus profesores me llame para decirme que llegaste tarde a clase, así que saca tu feo trasero de esta alcoba en el menor tiempo posible. ¡No me hagas volver con una jarra de agua fría! —amenaza arrojándome un balón en la cabeza antes de perderse en el pasillo.

¿De dónde carajos sacó un balón?

—¡¿Por qué no escucho tus pies moviéndose?!

—¡¿Por qué estás gritando, papá?!

Se asoma un momento por la puerta.

—Tu mamá me dejó, dice que de vez en cuando no hace daño. ¡Ahora muévete que sigo teniendo más balones!

Me arroja una pelota de pin pon en la frente. «Ahora si se volvió loco de remate».

Me levanto a trompiscones y estrujo mis ojos con fuerza tratando de despertarme, para luego quedarme contemplando uno de los zapatos que están regados por el cuarto como si fuera el culpable de todos mis problemas. Tengo sueño, flojera, dos neuronas funcionando nada más y apenas es miércoles, mitad de semana, y para completar, tenemos deportes con el profesor Banner en el gimnasio.

Puedo escuchar a Embry quejarse desde aquí.

—¡¿Qué haces ahí parado como un palo de escoba?! —mi cerebro se pone a funcionar con el potente grito de Iván y consigo no caerme al enredarme con mis propios pies.

—Ya voy, ya voy... —musito pasándole por un lado para adentrarme en el pasillo y caminar lentamente hasta el baño.

—¡Llevas diez minutos intentando levantarte!

—Si dejaras de gritar...

—Oh, claro, permíteme —me sonríe angelicalmente—. Hijo, queridooooo ¿cómo amaneció la luz de esta casa? ¿El sol que ilumina nuestras mañanas? ¿La estrella que traer brillo a mis días grises?

Lo miro mal, y se echa a reír después de burlarse de mí.

—¡Muévete que no tengo toda la vida! Y te quitas esa cara de apatía que tienes, creo que el Grinch despierta con mejor humor.

—El Grinch no tiene un padre con problemas mentales. —mascullo pasándome las manos por la cara.

—¿Qué dijiste? Me pareció escucharte decir que quieres que te ayude a lavarte la cara en el retrete.

—Quizás sufres de sordera. —me hago el idiota aguantándome la risa.

Pongo la mano en el pomo de la puerta y su voz me hace sobresaltar de nuevo. «Cristo, ten piedad».

BICOLOR [En proceso]Where stories live. Discover now