Capitulo IV

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El regreso a la mansión fue peculiar y gracioso para Arturo. Llevar en brazos al menor hasta el auto mientras balbuceaba que por favor no lo secuestre le resulto muy divertido. Poco después de que el chofer se encaminase hacia la casa, Merlín se acurrucó sobre el rubio y se durmió.

Ya en la habitación un somnoliento y apenado Merlín, se encontraba en el baño con el cepillo de dientes en una mano, la boca llena de espuma y la mano libre apoyada en el lavabo manteniendo el equilibrio.

—Etoy moy apenao—magulló con el cepillo entre los dientes.

—No te entiendo. —Arturo ingresó al baño para hacer lo mismo.

Merlín se enjuago la boca y repitió.

—Estoy muy apenado, creo que hice el ridículo en toda la fiesta.

—Para nada, has sido el alma de la fiesta. Hacia años no me divertía tanto, eres genial, todos te adoran—recalcó el rubio y comenzó a cepillarse.

De todas formas ese comentario no animó demasiado al joven, aunque debía admitir que también se divirtió. Mañana continuaría con sus deberes.

Sin darse cuenta, y quizá por el efecto del alcohol que corría por su torrente, se dirigió a la cama y se acomodó sobre ella.

Al salir del baño, ya higienizado, Arturo se encontró con la imagen más adorable que había visto. Un delgado cuerpo hecho bolita, una delicada cara y el cabello azabache revuelto. Deseos pecaminosos rondaron sus pensamientos, sin embargo no quería poner incomodo a esa hermosa criatura que descansaba en su cama. Se acercó, tomó una manta para dormir en el sofá, cuando una cálida mano lo tomo del brazo y una suave voz le pidió que durmiera junto a él, solo por esta noche. La voz adormilada tenía un deje de ruego y el corazón del rubio latió a todo galope. Sin pensarlo se metió bajo las mantas tapando también el cuerpo del contrario, se acurrucó junto a Merlín y de un momento a otro el pelinegro se acomodó sobre el pecho del rubio lanzando un dulce jadeo de placer y comodidad. Con su cabeza alborotada de tantos sentimientos encontrados, el corazón del mayor latía tan fuerte que rogaba que su acompañante no lo notase.

Jamás había compartido la cama con nadie. Luego del sexo simplemente se levantaba y despachaba a su conquista con escusas ridículas. Ni siquiera con Sophia lo hizo, aun creyendo que estaba enamorado. Tiempo después se dio cuenta que su atracción solo fue física y al dejarla la chica armo tremendo escándalo.

En fin, ahora estaba centrado en el presente, en el delgado chico que descansaba en su pecho. ¿Por qué no darse la oportunidad de querer y ser querido? Por más que le diera vueltas en su cabeza, no podía desmentir el hecho de que algo le pasaba con Merlín. Desde el día que lo vio por primera vez, algo así como un flechazo se clavó en su pecho.

Lo observo, sus labios entre abiertos, pequeños ronquiditos escapaban de su garganta, tenía que admitir que era la imagen más tierna que había visto. Se acerco a su boca y hasta su maldito aliento era delicioso. Se sentía tan cálido tenerlo entre sus brazos, lo apretó más a su cuerpo y se dio cuenta. Sí, había caído en el abismo, ese del que no podría escapar jamás. Lo que había evitado por años florecía en su interior a gran velocidad hasta casi ahogarlo y sentía que no tenía las fuerzas ni las ganas de detenerlo, su mente gritaba «huye», sin embargo su corazón y su alma le susurraban «quédate».

No solo quería sexo con él, deseaba más, mucho más.

No solo quería sexo con él, deseaba más, mucho más

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