34. Dos chicos enamorados que se están deseando a morir.

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Simon.

No sé qué hacer. 

Estoy parado frente al cuerpo de mi padre, el sigue bajo el arco de la entrada, ni siquiera he podido dejar salir una palabra de mi boca, ¿qué debo decir? No lo sé, ¿debo dejar que pase? No lo se. A simple vista mi padre se ve bastante bien, me transmite la confianza de que no está bajo ningún efecto de alguna sustancia, se ve normal, se ve como el padre que siempre quería ver a diario.

Después de una batalla dentro de mi ser, pude encontrar las palabras para dejarlo entrar a casa, honestamente no sé qué consecuencias traiga esto, pero la intriga por saber qué es lo que busca me está matando. Me hago a un lado y el seca sus zapatos en el tapete que esta tirado sobre el suelo. Me percato que a uno de sus costados lleva una bolsa de cartón. 

El no parece adentrarse más de lo permitido, se queda parado en el pasillo que da a la cocina. 

─ Ahí está el comedor, puedes sentarte. ─ Señalo el lugar, el camino hasta ahí y coloca la bolsa sobre la mesa. Ambos tomamos asiento.

─ Es muy hermosa esta casa. ─ Voltea a los lados, ve con detalle cada rincón.

─ ¿A qué has venido? ─ Pregunto sin rodeos. 

─ He venido a disculparme. ─ Fruncí el ceño, dramáticamente. ─ Antes de que digas algo, se perfectamente que con esto no basta, pero al menos quiero disculparme, algo que nunca hice. ─ Soltó de repente, si me tomo de sorpresa ya que él nunca se molestó en disculparse.

─ Tienes razón, no basta con eso, pero de igual manera ¿eso es todo? ─ Respondí, con frialdad.

─ No, de hecho, me gustaría charlar un rato, de venida aquí pase a comprar unos desayunos en McDonald's ¿recuerdas que cada fin de semana les llevaba uno a tu hermana y a ti? ─ Habla, emocionado y ansioso por mi respuesta.

Claro que lo recuerdo, mi parte favorita del día sábado era que papa llegara con comida de ese restaurante, era el día que recibía su paga, lo que más me gustaba eran las cajitas felices, suelto una pequeña sonrisa ante el recuerdo.

─ ¿Trajiste helado? ─ Pregunte tratando de aliviar la tensión. Suelta una risa.

─ No, no quise arriesgarme a que se derritieran, pero si quieres más tarde podemos pasar por uno ¿te agrada? ─ Asiento, mi padre saca dos charolas de la bolsa, me pasa una y luego saca dos refrescos.

Antes de que mi padre baje la bolsa al suelo, de ella saca una pequeña caja roja, no puedo evitar sonreír al ver que me entrega eso a mí. Lo miro con los ojos cansados como si estuviera a punto de llorar, sé que esto no es suficiente, pero el hecho de que se esté esforzando significa mucho para mí.

─ Gracias, padre. ─ Alargo la última palabra, él me sonríe a boca cerrada.

─ Quería contarte que esa noche que fui a su escuela y tu hermana se negó a dirigirme la palabra. ─ Mofa, su voz se quiebra, pero de inmediato la recupera. ─ Al volver al apartamento caí en cuanta de lo mal que estaba desperdiciando mi vida, lo mal que me estaba tratando a mí mismo por mis adicciones, a la mañana siguiente por voluntad propia decidí internarme en un centro de rehabilitación.─ Me quedé boquiabierto ante las palabras de mi padre, estaba que no podía creérmelo.

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