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Pov Eira

Después de mi juramentación Brent invitó a cenar a los alfas aliados y a las lunas, algo que había sido un grave error. Nosotras nos manteníamos en completo silencio y expectantes a lo que sucedía mientras ellos se insultaban y amenazaban.

Como muchas de las lunas eran jóvenes sin experiencia alguna, permanecían con las cabezas agachadas y temblaban. Solo tres de nosotras éramos lo suficientemente antiguas como para haber vivido aquella situación en más de una ocasión.

— Alfas. — Me puse en pie con lentitud.

Ninguno se tranquilizó ni guardó silencio, era como si no hubieran escuchado mi voz. Brent era quizás el que más tranquilo se encontraba, todavía no había maldecido a los presentes pero sabía que faltaba poco para que lo hiciera. Ya se encontraba de pie y sujetaba los bordes de la mesa con tanta fuerza que parecía querer romperla.

La paciencia de Brent se agotó cuando un plato de cerámica cayó frente a mí, rompiéndose en mil pedazos.

Las lunas me observaron con arrepentimiento y yo permanecí allí, estática, esperando a...

— ¡Si dañas a mi luna te juro por la Diosa que le arrancaré la piel a tu lobo! — Gritó fuera de sí.

Por eso no me agradaban las cenas de Alfas.

— Por favor...— Le murmuró una Luna joven a su Alfa, quien ni siquiera se giró para observarla.

— ¡Tus tierras se volverán polvo! — Gritó el alfa de la manada Sleich.

— ¡Suficiente! — Grité mientras golpeaba la mesa con las dos manos. — ¡Cierren la boca!

Brent me observaba sin decir nada y se fue sentando en su silla lentamente. No solía ser así, no alzaba la voz de esa forma y tampoco me gustaba faltarle el respeto a las personas, pero con seis Alfas reunidos en un solo lugar era imposible mantener la calma.

— ¿Es este el ejemplo que quieren dar? — Pregunté alterada y luego señalé a las nuevas Lunas. — Asustan a sus Lunas, discuten entre ustedes y arruinan el trabajo del servicio. ¿Así se comporta un Alfa? — Señalé a cada uno, sabiendo que podrían matarme por irrespetuosa. — Son una vergüenza.

Tiré mi servilleta sobre la mesa, di un corto asentimiento hacia ellos como muestra de respeto y caminé hacia el dormitorio.

Era una vergüenza que seis Alfas se comportaran así. Se suponía que ellos debían mantener la calma en sus manadas pero ni siquiera podían cenar sin gritarse.

— Amor. — Brent entró con cautela a la habitación. — No debiste...

— Cierra la boca, Brent. — Su boca se hizo una línea y asintió. — Seis Alfas y ninguno es capaz de controlarse.

— Lo sé. — Negué con la cabeza.

— No, no lo sabes porque si lo hicieras no te hubieras unido a esa lucha de poder. — Los destellos violáceos aparecieron en su mirada.

— Pudo haberte lastimado con ese plato. Diablos, se rompió frente a ti. — Señaló hacia abajo para referirse a lo sucedido en la mesa. — ¿Debo esperar a que te hieran para poder reaccionar? Recuerda que no solo te protejo a ti.

— Brenthan, no se trata de eso. Eres d elos alfas más antiguos en la mesa y en vez de exigir orden y respeto, te uniste. — Fruncí el ceño. — Son Alfas, no cachorros...

— Tú no me dirás cómo debo comportarme como Alfa. — Utilizó su voz de alfa, esa con la que le daba órdenes al resto de la manada. — Tu deber es estar a mi lado, no sobre mí.

— Que así sea, Brenthan. — Mascullé entre dientes.

Salí de la habitación a pasos rápidos, ignoré los murmuros de aquel grupo que todavía estaba en el comedor y salí de la mansión.

Que me condenaran a muerte si se atrevían. Había vivido más años que todos ellos juntos y sabía perfectamente lo que decía.

— Eira, espera. — Escuché que Brent hablaba por el enlace.

Alcé una barrera mental para que él no pudiera comunicarse con nosotras y le cedí el control a Azula para que estirara las patas. Necesitaba correr y pensar, quería organizar mis pensamientos para no decir o hacer más cosas que pudieran poner mi cuello en peligro.

— La luna se ve majestuosa. — Dijo la loba, quien se detuvo un momento para admirarla.

Después de dar un par de vueltas volví a tomar mi forma humana y me coloqué aquel vestido rosa pálido que había estado utilizando durante toda la noche. Me adentré a la mansión que había abandonado dejado atrás durante al menos una hora y volví a subir a la habitación.

Los invitados debían haberse ido a dormir a sus respectivos dormitorios porque si bien el ambiente seguía sintiéndose tenso, todo estaba muy silencioso.

— No quise decir eso. — Fue lo primero que escuché cuando abrí la puerta.

Parecía haber estado esperando a que regresara de mi pequeño paseo nocturno.

No respondí y tampoco lo observé o le mostré interés, preferí hacer como si no hubiera notado su presencia o escuchado, antes que dar mi brazo a torcer. Brenthan tendría que tragarse sus palabras porque yo no iba a volver a meterme en sus asuntos.

— Eira...— Murmuró por lo bajo.

Caminé hacia la coqueta y tomé mi ropa de dormir. Teniendo todo lo necesario para dormir cómodamente volví a recorrer el camino hacia la puerta mientras él me observaba fijamente. — ¿A dónde vas? — Se colocó en medio para evitar que saliera.

— A mi habitación. — Dije con brusquedad.

— Amor, no seas así. — Susurró. — Estás en tu habitación, es nuestra.

Comenzaba a cansarme del baile que estábamos teniendo. Si yo daba un paso hacia un lado, él lo hacía y si me movía hacia al frente, Brent retrocedía un poco.

— Alfa. — Alcé la voz. — Estoy cansada, molesta y me duelen los pies, así que le pido amablemente que me deje pasar e ir a mi habitación.

— Mi luna, no quería decir eso. No es lo que pienso. — Cuando trató de tomar mi mano fui más rápida y pasé por debajo de su brazo. — Eira, por favor.

Tan pronto mis pies descalzos tocaron el frío suelo de mi antiguo dormitorio cerré la puerta con cerrojo. Me recosté contra la puerta mientras seguía escuchando su voz.

— No te preocupes, no voy a meterme en sus asuntos nunca más. — Mascullé mientras me disponía a tomar un baño de agua tibia para relajarme.

— Luna, sé que fui un idiota pero te aseguro que no lo dije con la intención de menospreciarte. — Bufé. — Adoro que me ayudes con los asuntos de la manada, lo sabes...

— Tal vez deberías escucharlo, los alfas son impulsivos por naturaleza. — Dijo Azula mientras me ponía bajo la lluvia artificial.

— No. No soy otro Alfa, soy su compañera de vida y no puede hablarnos de esa forma. — Murmuré por el enlace. — Además, prácticamente nos dijo que sacáramos las narices de sus asuntos porque no éramos Alfas como él.

— Porque estaba molesto. — Repitió ella.

— Aitor no va a dejar de quererte porque te pongas de mi lado. — Escupí y di por finalizada la conversación con mi loba.

Salí de la bañera sintiéndome más ligera, libre de tensiones y malestares. Un baño siempre lograba calmarme, era una costumbre que había adquirido de mi padre. Él siempre que llegada a nuestra casa y se encontraba molesto o se peleaba con mi madre, se bañaba y cuando se encontraba calmado salía y resolvía sus problemas.

— Necesito deshacerme de esto. — Murmuré mientras veía un par de zapatos completamente rotos y desteñidos que se encontraban en una esquina de la habitación.

— Yo también. — Susurró alguien a mis espaldas.

Abrí los ojos exageradamente y grité, fue lo único que pude hacer antes de que un humo extraño se metiera por mi nariz y me dejara completamente inconsciente.  

The Moon© ML #1Where stories live. Discover now