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-Sí, Milagros, ¡qué bonito lo cuentas! -Se queja un irónico Cenizo mientras observa su imagen en el espejo de la sala-. Se te olvidó mencionar un par de detalles.

-¿Cuáles serían, mi guapo amigo? -inquiere con amabilidad el hada, batiendo las rizadas y enormes pestañas como alas de mariposa.

-Número uno: ¡Morí ahogado en mi cumpleaños y quedé atrapado en esta maldición! -exclamó alterado el joven sin variar la expresión de fastidio en su rostro-. Número dos: ¡Milagros, no es fiesta de disfraces! ¿Puedes quitarme este atuendo de príncipe?

Y es que sí, para ese momento la opulencia del palacio y su vida como príncipe eran cosas del pasado, en la actualidad corre el año dos mil veintiuno, hacía trecientos veinticuatro años que sus días como noble heredero quedaron en el olvido, ahora, solo era el sirviente de su propia familia. Su padre había muerto años atrás y desde entonces su terrible madrastra hace su vida miserable; pero no todo es malo, al menos esa noche se encuentra solo en casa y a punto de fugarse al cumpleaños de la chica de sus sueños, Mariana. Solo que Milagros no parece acostumbrarse a la época moderna.

-Está bien, está bien. -El hada agita las manos, resignada y de nuevo emplea el poder de su varita-. ¿Te gusta más así?

El joven Cenizo sonríe complacido al verse, está seguro que así logrará sacar de la carrera a Tavo, su rival; e impresionar a Mariana. Él y Tavo, han competido desde siempre en todos los aspectos: notas, popularidad, atletismo y la atención de la linda joven no es una excepción a la norma. Sin embargo, hay solo una cosa que su rival tiene y en la cual él jamás podrá superarle: una amorosa familia que le quiere y apoya. A Cenizo, en cambio, le toca conformarse con esa terrible y déspota mujer que quedó a cargo de él, sumado al par de holgazanes hermanastros acostumbrados a que "mami les salve el pellejo".

-Milagros, aunque sigo sin comprender, ¿qué haces aquí, ahora? -el joven admite en tono amable y el hada lo observa sonriente-. Me alegra que aparecieras hoy, gracias.

-¡Ay, Cenizo! Me encanta serte de utilidad.

-Lo sé, pero aún no se cumplen sesenta y cinco años.

-Y eso qué importa, ¿olvidaste Cartagena?

De solo escuchar tal nombre el joven suele sentir escozor en la piel y su mente se llena de recuerdos más tristes que felices:

***


Aquella noche de mil setecientos cincuenta y siete, las luciérnagas se extendían a lo largo de las plantaciones, el sonido de los animales nocturnos se mezclaba con el murmurar del viento. La paz del sembradío era interrumpida por las risas de unos niños al ser perseguidos por el capataz.

-¡Regresen aquí, rufianes!

Simón era el hijo único del matrimonio Palacio, los dueños del caserío, también quien en secreto comandaba el asalto. A él solía acompañarle Baltazar, su medio hermano; también un grupo de niños temerarios habitantes de las barracas. El destino de los chicos luego de hurtar frutos era el río limítrofe con la hacienda, llegar allí significaba salvarse de sus perseguidores.

Aquel día no contaron con la emboscada que les esperaba. Alcanzado su destino, los hombres del capataz consiguieron rodear y capturar a cuatro de los seis niños. Atados y casi arrastrados por los caballos fueron devueltos al área de las barracas donde doña Victoria Palacio, en ausencia de su marido, preparaba el látigo.

Para nadie era un secreto que aquella mujer disfrutaba infligir el castigo a los esclavos, su mano era más temida que la de su esposo y el capataz juntos, por eso, en cuanto los niños llegaron, temblaron. El primero en quitarse la máscara fue Simón.

-¡Madre, castígame a mí! Ellos seguían mis órdenes, por favor -imploró el niño, de rodillas, aferrado a sus faldas, pero Doña Victoria no se inmutó.

-Hijo mío, ¿cómo te has dejado seducir por estos desalmados? -contestó.

Cuando el capataz arrancó la máscara a los otros niños, su vista se centró en Baltazar y una sonrisa surcó su rostro.

-Sabía que ese negro sería una terrible influencia.

Doña Victoria odiaba a los negros, para ella, resultaban inferiores a los animales, pero de entre todos, Baltazar era el peor. Al ser hijo de su marido con la difunta esclava Matea, su padre decidió encargarse del pequeño; una decisión que ella siempre repudió. Compartir su casa, la mesa y todo con esa asquerosa criatura.

-Madre, el culpable soy yo, ¡por favor!

Simón suplicó de rodillas, sentía el corazón a punto de escapar al ver a su hermano ser atado al mástil; la mujer miraba al hijo con pena por rebajarse de tal manera; ordenó ser trasladado y encerrado en sus aposentos, ya habría tiempo para arreglarlo también.

Baltazar tembló en el mástil a la espera del castigo, bien sabía el desprecio que aquella mujer sentía hcia él, pues en los trece años de convivencia se lo dejó claro. Aquellos orbes azules, heredados de su padre, se inundaron y centraron la atención en las luciérnagas a las que maldijo con cada azote recibido.

«Aquello que perdiste, tendrás que hallar; a las doce habrás de fallar y otra vida deberás esperar»

Las palabras inentendibles del hada resonaron en su cabeza y odió todavía más su suerte. «¿Qué hice para merecer esta vida?», pensó por un momento mientras se quedaba sin fuerzas, la garganta ya no le alcanzaba para gritar, pero la mujer siguió adelante, desahogando la frustración de trece años de azotainas que se había contenido, era el momento del desquite.

-¡Ceni! ¡Ceeniii!




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Cenizo: Bibidi babidi ¡¡¡BUM!!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora