Prólogo: "La obsesión"

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Bakugō no sabía exactamente cuando empezó esta obsesión. Tal vez había empezado el día que llegaste de intercambio, con una sonrisa muy grande en tu cara y unos ojos llenos de esperanza y ansiedad. Tus manos temblaban ligeramente, una señal obvia de la ansiedad que recorría tu cuerpo al estar en un nuevo salón de clase.

Tu cabello café estaba amarrado en dos coletas bajas, y portabas un maquillaje muy ligero. Unos lentes casi transparentes reposaban en la curva de tu nariz, dándote un aire de una chica inteligente. Cuando te presentaste a la clase como una estudiante de intercambio, tu voz no titubeo y te mantuviste firme ante las miradas inquisitivas de tus compañeros.

Ese día, Jiro no había podido presentarse a la clase, por lo que tomaste su asiento hasta que pudieran añadir otra mesa. El profesor Aizawa explicó que te habían asignado a la clase 1-A después de una prueba de fuerza y un examen de conocimientos. Prácticamente habías sacado el puntaje más alto desde que se había creado ese examen.

Bakugō miró como te sentaste más recta después de ese comentario, como si quisieras resaltar un poco más. Ese mismo día él había visto cómo tu lápiz caía de entre tus cosas y rodaba hasta su lugar. Sin saber la razón, Bakugō pisó el lápiz, escondiéndolo de tu vista. Cuando te diste cuenta de su ausencia y revisaste tus alrededores, tus ojos cafés chocaron con los ojos rojos de él.

Con una sonrisa apenada le preguntaste si tenía un lápiz extra, ya que habías perdido el tuyo. Bakugō hizo una mueca de molestia y sacó su único lápiz de su mochila. Te lo entregó con un gesto impaciente, y para asegurarse de que no te dieras cuenta de su acción, se mantuvo pisando tu lápiz hasta el cambio de clase.

Si tuvo que escribir ecuaciones matemáticas con bolígrafo por haberte dado su único lápiz, no era asunto de nadie más que de él.

Tal vez la obsesión había empezado cuando, durante la época de exámenes, le rogaste que te enseñara álgebra lineal. Ya que te distraías mucho durante las sesiones de estudio junto con Kirishima, ambos acordaron estudiar en la casa de Bakugō sin el pelirrojo. La tarde del Viernes que llegaste a su casa, portabas unos jeans ajustados junto con un suéter pegado blanco. Llegaste con delicias del país del que provenías e inmediatamente te ganaste el cariño de ambos de los padres de Bakugō al reírte de los chistes bobos de su papá y al no brincar cada vez que su mamá alzaba la voz.

Ambos se habían sentado en el comedor y te ofreciste a ayudarlo a limpiar la mesa para poder comenzar a estudiar.

— Eres una invitada, extra —el rubio apartó suavemente tu mano del trapo amarillo—. No vas a limpiar el desastre de mi mamá.

En ese momento le habías sonreído, traviesa. En un momento de distracción, pellizcaste su abdomen suavemente, distrayéndolo y tomando el trapo. Corriste de regreso al comedor, portando el trapo como si fuera una bandera de victoria, y tu risa se escuchaba hasta la sala.

Para cuando Bakugō te alcanzó, ya estabas limpiando la mesa. Intentabas no reír, pero tu cuerpo temblaba al aguantar la risa. Tus ojos observaron al rubio, y finalmente dejaste una risilla.

— Tu cara —intentaste hablar, pero la risa te ganó—. Oh por dios, fue muy gracioso. Estabas tan indignado...

El rubio había chasqueado la lengua y simplemente regresó a la sala a buscar otro trapo. Entre los dos, el comedor había quedado impecable en cuestión de minutos, sorprendiendo a la mamá del rubio.

Esa tarde te habías quedado hasta que terminaste de entender el tema pasado, y sorprendentemente, Bakugō no había perdido la paciencia contigo. Usualmente él se frustraba cuando las personas no mantenían su mismo ritmo de racionamiento, y eso lo llevaba a hacer desplantes de enojo. Sin embargo, tus dudas se centraban en huecos de conocimiento, ya que nunca habías llevado esa materia.

— Ustedes van muy avanzados —explicaste—, en mi país, no ves algebra lineal hasta la universidad. Incluso podrías cursar toda la universidad sin ver una sola ecuación de algebra lineal, si es que eres de una carrera del área artística.

Ya que los padres de Bakugō tenían planeado salir unas horas, se disculparon frente tuyo y le pidieron al rubio que te hiciera algo ligero de comer en cuanto tuvieras hambre. Apenada, te habías negado y recalcaste que no hacía falta, pero los padres del chico insistieron.

Bakugō te preparó un simple platillo con varias especies picantes. Para sorpresa del rubio, no reaccionaste a las especies, y terminaste el platillo, feliz.

Esa tarde habías llegado con una bufanda roja, y en la noche, te fuiste sin ella.

No... En realidad, todo había empezado mucho antes de eso. Desde que Bakugō tenía uso de razón, él no podía sentir nada. Mientras fue creciendo, algunas emociones pudieron ser desarrolladas; felicidad, enojo, frustración, inseguridad, victoria. Y algunas, nunca pudo sentir. El nerd una vez le preguntó que si alguna vez sintió culpa por lo que le había dicho y hecho.

Bakugō sintió por primera vez cautela, y respondió que sí, aún sabiendo que era mentira.

— Yo era exactamente como tú cuando era una niña —Mitsuki comenzó, la noche en la que Bakugō le había confesado acerca del vacío en su interior—. Pero cuando conocí a tu padre, todo cambió para mí. Me hizo sentir por primera vez que estaba completa —la voz de la mujer era casi un susurro—. Algún día, conocerás a alguien así.

Y ese día de Mayo, él te había encontrado. Por primera vez, sintió emociones diferentes. Había sentido pena, cuando le dabas un cumplido. Satisfacción, cuando era la primera persona a la que corrías cuando algo sucedía.

Celos, cuando alumnos de otros grados se te confesaban. Rabia, cuando aceptabas los regalos de otros hombres.

Varios chicos te deseaban. No de la misma manera en la que él lo hacía, no, de una manera más sucia y pervertida. Ellos nunca podrían darte lo que él podía darte. Tú le pertenecías.

No había nada que no estaba dispuesto a hacer por ti.

No dejaría que nada se metiera entre ustedes.

No le importaba lo que tuviera que hacer.

No le importaba a quien tendría que herir.

No dejaría que nadie te tocara.

Nada más importaba.

Nadie más importaba.

Tú ibas a ser suya.

No tenías opción. 

Psycho [Bakugō Katsuki y tú]Where stories live. Discover now