08 ⤖ ❝El plan: Parte 2❞

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Harry se quedó guardando las lanas en una bolsa, acomodándolas por color para hacer tiempo y no parecer sospechoso, mientras que Louis y su madre bajaban por el sótano.
Los tres sudaban, estaban inevitablemente asustados. Pero era lo correcto. Era lo que debían hacer.

Louis no podía seguir dejándoles monedas de oro de vez en cuando, porque no les servía. El pueblo necesitaba todo el dinero que el Rey había robado a propósito, necesitaban todo eso de vuelta. Aunque temía como pudiera reaccionar la gente ante eso, como reaccionaría su padre cuando se corriera la noticia.

Pero hoy no podía pensar en eso. Solo tenía en su cabeza la sonrisa de Harry, la felicidad que tendría Reg al ver tanto dinero para él y para la familia que a duras penas lo matenía. Solo pensaba en el bienestar del señor Miles cuando fuera capaz de comprarse los remedios que necesitara. Y no le importaba si algunos seguían odiándole luego de eso. Porque incluso se preocupaba por quiénes lo amenazaban de muerte. Al fin y al cabo no lo odiaban por ser como es, sino por su padre, y cuándo éste se retirara de su cargo, le demostraría al pueblo que es posible cambiar las cosas.

Así que allí estaban. Caminando debajo de la sala donde su padre y tíos hablaban —o más bien dicho, criticaban— a la reina Morgana. Solo porque sí, porque no tenían otra cosa que hacer.

Al llegar a la puerta del oro, se toparon con dos guardias. Louis se sorprendió, y se preguntó si ellos siempre estaban allí, cuidando ese lugar totalmente desierto, pues nunca los había visto en el pasillo. Seguramente debe ser extremadamente aburrido.

—Reina Jay, príncipe Louis —ambos se inclinaron—. ¿Necesitan algo? —preguntó uno de ellos.

—Necesitamos pasar.

—Lo siento, mi Reina, pero me temo que... solo el Rey tiene acceso a esta sala.

—Lo sé, lo sé perfectamente. Por eso necesito pasar. No digan nada acerca de esto porque es confidencial pero... dará bastante oro a cambio de un Tratado de Paz.

—¿Tratado de Paz?

—Sí, para que no... tú sabes, para que no destruyan nuestro reino y posean todas nuestras riquezas. ¿Me dejarás pasar o debo llamarlo a él, ebrio y malhumorado?

—Lo sentimos mi Reina —uno de ellos abrió la puerta y Louis se adentró, con una bolsa de paja. Allí estaban todos los abrigos y gorros que habían preparado.
La puerta se cerró al instante y ambos quedaron... desilusionados.

Cuando mencionaban esta sala, la describían como un cuarto desbordado en oro, billetes, diamantes, brillo auténtico. Pero no era más que una gran sala gris con lingotes de oro sin brillo alguno, y cajas con cientos de billetes. Ahí mismo Louis se daba cuenta de lo increíblemente rico que era, y en cierta forma, sintió náuseas.

—Esto es...

—Tanto maravilloso como deprimente. Andando —Louis abrió los gorros de lana y metió todos los billetes posibles en él, de forma que no quede ni muy lleno ni muy vacío, en caso de que alguien más pudiera verlos.

Habían decidido no meter oro por el peso. En aquella bolsa de paja no podrían llevar tantos lingotes y que no se notara en absoluto. Además, sería demasiado obvio que había robado para el pueblo si cada familia, por arte de magia, tenía un lingote de oro en su casa.

—¿Has terminado? —preguntó en un susurro.

—Sí.

Cuando Louis terminó, cerraron la apertura de los gorros con unos lacitos y volvieron a salir. Louis fingió que la bolsa pesaba, y aunque los guardias lo miraran desconfiados, no hicieron ningún comentario al respecto.

La sensación de correr bajo la lluvia - [Larry]Where stories live. Discover now