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- Bajo la piel -
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Dabi había desconectado el cerebro tras ese beso, había pulsado el interruptor de apagado y se había tirado sin paracaídas desde un avión a nueve mil metros de altura. Sin piernas, sin brazos, sin dientes y sin cordura.

Casi había olvidado lo putamente increíble que era besar a Gina, perderse en la calidez y suavidad de su boca, saborear sus labios, morderlos, chuparlos, sentirlos chocar contra los suyos, quemados, magullados, hechos mierda. Era sencillamente increíble.

Nadie lo podía culpar por haberse puesto duro, al fin y al cabo, llevaba un mes sin tener contacto físico con otro ser humano. ¿Se había matado a pajas? Pues sí, tampoco podían culparlo por eso. Pero ni una sola vez cruzó por su mente la idea de buscar a alguien más para descargar su frustración, porque su cuerpo ya no reconocía una piel que no fuese suave como la seda y dura como el diamante, una piel que había marcado con besos y caricias hasta dejar grabadas a fuego sus huellas dactilares.

No entendía como habían llegado a ese punto, hace un par de días ella le estaba lanzando muebles y ahora lo estaba desvistiendo. Cosas que pasan. Que puta gozada de vida tenían los villanos, un día matando, robando y al otro echando el polvo del perdón. Inmerecidísimo.

De repente ni siquiera estaba sentado sobre la cama, estaba tirando en el suelo, sin camiseta, sin pantalones, sin calzoncillos y aunque no importe también sin calcetines. Un sonoro gemido inundó la habitación cuando la lengua de Gina lo surcó de abajo arriba, arrebatándole el aire de los pulmones y cortándole el riego sanguíneo. En aquel momento tenía el cerebro frito, el cuerpo ardiendo y su miembro en ebullición, entrando y saliendo sin tregua de la boca ajena. Que puta maravilla. Volvía a dudar no estar muerto.

Solo abrió los ojos cuando sintió la ausencia de los labios ajenos, los cuales buscó desorientado, apoyándose en sus codos y forzando la vista para enfocar la imagen. Y qué imagen. Una sonrisa divertida apuntado en su dirección, traviesa, lasciva y unos ojos tan azules como el océano profundo mirándolo con diversión. Y un jersey volando, seguido de un top, una bota y otra y unos vaqueros y ropa interior. Las mejores vistas de todo Japón, en primera fila y con pase vip.

-          ¿Por qué sonríes como un imbécil? – preguntó la castaña con aquella sonrisa burlesca, sentándose a horcajadas sobre él.

-          Porque soy un puto imbécil. – respondió sin pensárselo mucho.

Antes de terminar la frase Dabi ya la estaba rodeando con sus brazos, pegándola a su pecho y uniendo sus bocas. Eran un caos, un caos de piel, saliva y fluidos. Sus labios chocando, sus lenguas luchando y sus intimidades rozándose, frotándose, reencontrándose. Recuperando el tiempo perdido.

Ambos jadearon cuando el miembro de Dabi se deslizó dentro de Gina, casi sin esfuerzo, casi sin ayuda, sabiéndose el camino ya de memoria. Frente con frente, latidos acompasados y ojos pesados.

Aquella no era como otras veces, no estaban follando, no estaban devorándose por necesidad, por ansia viva, por vicio, por gula. Estaban sintiéndose pulgada a pulgada, besándose lento y mirándose a los ojos, sumergiéndose hasta los más profundo del otro, figurada y literalmente, en el caso de Dabi, claro.

-          Re-reconozco que -ah- que te he e-echado de menos. – dijo ella primero, entre jadeos y gemidos – ¡Ahhhh! ¡Mierda! – gritó al sentir los dientes de Dabi alrededor de su pezón derecho.

El villano sonrió contra su piel y lamió la aureola en compensación, dejando un camino ascendente de besos desde sus pechos hasta su oído.

-          Yo Ah- – gemido – Yo tam- – jadeo – Yo también te he- te he echado de menos. – reconoció, sin fuerzas ni ganas de hacerte el durito.

¿Mi peor decisión?Where stories live. Discover now