Día 0

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Las personas suelen tener momentos en su vida para reflexionar, pensar o escarbar recuerdos en su mente. Unos lo hacen mientras esperan el autobús, otros en cualquier momento o lugar, otros puede que nunca lo hagan, al menos no a propósito. Mi lugar para pensar son los semáforos en rojo, como en el que estoy varada justo ahora. ¿En qué estoy pensando? Básicamente, intento auto convencerme de que mi jefe no me despedirá por llegar tarde tres días consecutivos.

¿Quién se independiza a los diecinueve? ¿Qué clase de rebeldía juvenil intentaba demostrar? Pues no lo sé, pero no me malentiendan, todo no es tan malo. Tengo una motocicleta vieja, un mini departamento y un hámster. Listo, eso es todo.

El semáforo por fin cambia a verde y los coches de atrás comienzan con su linda sinfonía de cláxones. ¿Todos llegarán tardes a sus trabajos igual que yo?

–Hola Vale, al fin llego. –Saludé a la secretaria mientras me rociaba toda la ropa y manos con desinfectante.

Estas mascarillas son insoportables. Se te suben, se te bajan, te aprietan, ya hasta parecen un calzón.

–¿Tienes idea de la hora que es?, es el tercer día que…

–Sí, lo sé. –Mojé mis lindas botas en la alfombra encharcada de cloro–. Te veo a la hora del almuerzo. ¡Feliz miércoles para ti también!

Corrí a mi puesto dejándola con la palabra en la boca. Pasé junto a largas filas de escritorios, donde había personas como zombis frente a las computadoras, otras corriendo de un lado a otro con carpetas en las manos, y otras desayunando a escondidas. Al fin llegué a mi mesa, saqué de mi bolso el gel limpiador y rocié mi escritorio cuidando de no mojar los papeles. Limpié el teclado del ordenador, hice como que estaba trabajando cada que mi jefe pasaba por mi lado, y a veces trabajé de verdad. En ese círculo de actividades se resume por completo mi mañana. ¿Qué a qué me dedico?, pues bien, soy economista licenciada de una empresa de productos alimenticios de primera calidad, o eso dice mi currículum. En realidad soy la contadora de una pequeña empresa particular de comida japonesa. ¿Lindo trabajo verdad? Al menos es temporal, de hecho, lleva un año siendo temporal.

–Hola… ¿amigo con derechos?, ¿compañero de cama? –Hablé al celular–, ¿Cómo te llamo?

Como más te guste. –Contestaron del otro lado.

–¿Qué harás el fin de semana?

No tengo planes.

–¿Quieres venir? –Doy una vuelta en la chirriona silla giratoria.

–¿Crees que sea buena idea?, la situación con el virus me preocupa.

–Yo me cuido mucho, y sé que tú también. Además creo que los medios están exagerando.

No lo sé.

–Tengo ganas de verte, entre otras cosas –susurré y lo escuché soltar un suspiro.

Está bien, iré entonces.

–Bien. –Sonreí complacida–. Tengo trabajo, hablamos luego.

Cuídate, preciosa. –Lanzó un ruidoso beso al teléfono mientras se despedía.

–Adiós Vale, al fin viernes. –Arrastré los pies hasta la salida.

–Sí, fue una dura semanita. –Achinó los ojos y supuse que estaba sonriendo–. Cuídate mucho.

–Tú también.

Se me estrujó un poquito el pecho. La sonrisa de mi amiga era la mejor parte de todos los viernes. La parte del "no fue tan difícil, sobrevivimos otra semana".

Entre cuatro paredes. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora