VI

84 13 64
                                    

Fue despertada por una cachetada en la mañana siguiente.

Alix la contempló desde arriba, inclinando su cabeza hacia ella.

—Lo siento, pero tu cara ya está bastante miserable, otro golpe no te hará más—se excusó sobándose la mano. Marinette se incorporó lentamente y sostuvo su mejilla que ardía.

—Lo hiciste con saña—se quejó lloriqueando.

—Por cierto, ¿quién te dio tal paliza?—preguntó alejándose para hacer espacio para que Marinette se levantara. Marinette sintió el dolor sacudir su cabeza violentamente. Tuvo que sostener su cabeza entre sus manos en cuento se levantó y luego se acuclilló mientras apretaba los dientes. Por suerte, el dolor duró un momento y se calmó.

—Es una larga historia—explicó vagamente intentando ajustar su vista a la brillantez de la luz del sol que encontraba espacio entre las copas de los árboles para escabullirse. Miró alrededor—. ¿Dónde está Kagami?

—Sólo dijo que iría a buscar algo mientras nosotros íbamos al Castillo—dijo Alix rascándose la barbilla.

Marinette caminó unos pasos hacia adelante. Aunque seguía oscuro, el bosque tenía un ambiente místico y misterioso. Sumado a los vivaces cantos de los animales, el lugar era realmente una experiencia. La hierba húmeda rasgaba mojaba la delgada tela de sus zapatos y el olor a petricor explotaba en su nariz. Después de abarcar todo su alrededor con una mirada curiosa, Marinette suspiró llena de satisfacción.

—Que hermosa mañana, ¿no?—exclamó alegremente. Estiró sus manos como si quisiera tocar el cielo igual que cuando hacía yoga en su mundo original. Después de estirar su espalda hasta hacer crujir sus huesos cinco veces, de pronto se dio cuenta de un olor muy fuerte. Sospechando de su procedencia, alzó sus brazos y olfateó cuidadosamente cada axila—¿No hay un lugar donde pueda bañarme?

De sólo pensar que Kagami había olido su potente aroma a sobaco, sintió que sus orejas enrojecían.

Alix la miró en silencio. La analizó con los ojos entrecerrados. Luego rodó los ojos y se sujetó el puente de la nariz.

—¿Quizá no recuerdas que Nathaniel podría estar muerto?

Marinette asintió con seriedad. Debía tomarse las cosas en serio.

—¿Vamos?

Salieron del bosque y caminaron de vuelta al Castillo. O eso creía Marinette. La verdad es que no estaba para nada segura de dónde estaba o hacia dónde iba. Su sentido de orientación era escaso como cabello en calvo. Por suerte, Alix parecía tener idea de lo que hacía así que abandonó su entera confianza en ella.

La noche anterior, debido a la oscuridad y a la presión, Marinette no se había dado cuenta, pero realmente se había alejado bastante. Después de lo que pareció una hora, finalmente divisó los indicios de un edificio, aunque, para su sorpresa, no era el Castillo. Sólo era una humilde casa de un solo piso, un techo de paja y un corral en el que había dos cerdos y una decena de flacuchas gallinas picoteando en el suelo. Colgados de una cuerda había distintas ropas roídas.

Marinette estaba a punto de preguntar qué hacían ahí, pero Alix se adelantó y se metió directamente al patio de aquella casa.

Las gallinas agitaron sus alas y revolotearon tan pronto notaron a la intrusa. Esquivándolas, Alix llegó a la ropa tendida y agarró un vestido café que parecía sucio de tanto uso. Luego salió corriendo con las gallinas picoteando sus talones.

Cuando llegó al lado de Marinette, Alix arrojó la ropa hacia el pecho de Marinette. Marinette vaciló mirando el vestido entre sus manos.

—No sé si puedan reconocer el vestido de las criadas del reino—explicó Alix. Marinette asintió. Se quitó el vestido gris, feliz de ya no tener que usarlo todo vomitado, luego se puso encima el nuevo vestido y lo modeló pellizcando la tela para estirar la falda. Era muy viejo y le quedaba terriblemente grande, pero era aceptable.

Encantos Bélicos [MariGami]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora