XX - Jeffrey 8

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George Washington dijo un día: "Trabaja para mantener viva en tu pecho esa pequeña chispa de fuego celeste, la conciencia"

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George Washington dijo un día: "Trabaja para mantener viva en tu pecho esa pequeña chispa de fuego celeste, la conciencia". Lo más curioso de esta frase es que George hace referencia a un color específico de fuego.

En una ocasión, movido por mi interés en profundizar más aquella frase, intenté crear fuego de distintos colores. Para ello usé diferentes elementos químicos que provocarían las reacciones deseadas. No voy a detenerme en explicar la odisea que tuve que vivir para conseguirlos. Contemplar cada color tuvo un efecto maravilloso en mi interior, pues producían sensaciones relacionadas a diferentes sentimientos que me conectaban a momentos especiales de mi vida. ¿Valió la pena el camino recorrido?

Cuando el fuego cerúleo, que fue el último, crepitaba ante mí con más fuerza que el resto, me detuve a analizar el significado de aquel color. Tuve que usar más cloruro de cobre que todo lo demás, y también usé sulfato de cobre para que pudiera admirar la transición de un color apenas un poco más oscuro, como el turquesa, a aquel color tan claro e inalcanzable, como el cielo. De hecho, pensé en el mismo cielo, allí donde reposan nuestros más altos ideales. Quizás el hombre que una vez fue presidente de los Estados Unidos pensó en ese color, porque sabía que algo tan sublime e imperecedero como la conciencia tenía su origen en algo eterno, y lo eterno, según nuestro limitado conocimiento, reside más allá del cielo.

Puedo asegurar que cada cosa que hice en mi vida hasta entonces, había sido plenamente meditada, incluso cuando una emoción me llevaba a tomar decisiones, sostenerlas eran el resultado de profundas reflexiones. Quizás la música clásica que escuchaba mi madre o el hábito de la lectura al que me guio mi padre habían forjado aquella personalidad que me enorgullecía tanto. Era mi conciencia, tan solo ella, la que se presentó ante mí después de que descargara toda la rabia que sentía al aventar mi teléfono a la pared y romperlo en pedacitos. Ella hizo que recordara que una vez mentí sobre tener el celular dañado, y me invitaba a reconocer que mi mentira, como si de una lección de vida se tratase, se convirtió en verdad.

Nunca había sentido tanta impotencia, ira y deseo de venganza. Que me hubieran despedido después de aquel evento tan desafortunado no era más que un resultado de distintas decisiones que terminaron entrelazándose en un caótico momento, donde convergió la respuesta de un joven que escuchó a un amigo, una niña que no hizo más que hacer muy bien su trabajo o existir con su belleza, y la terquedad de un señor que se aferró a un capricho. Quizás algo de todo eso me lo merecía, sin duda don Andreas merecía algo peor, pero Amanda no. Ella era inocente. Pensar en ella era sentirme en paz; era recordarla con su vestido celeste y que probablemente usaba pensando en mí, en que era mi color favorito. Ahora ella también me hacía pensar en un cielo despejado, en un fuego celeste que lo evoca, o en el hecho de tener la conciencia tranquila.

Aunque podía usar parte de mi indemnización para comprarme un teléfono nuevo, preferí no hacerlo. Debía seguir una ruta de acción con calma, y resolver mi situación sentimental paso a paso. No quería tener contacto con Amanda. Sabía perfectamente que ella necesitaría tiempo para asimilar lo que le dije. Aún me dolía la mejilla solo de recordar su bofetada. Jeannete, por su parte, me buscaría cuando volviera. Y así fue.

Llegaste tardeWhere stories live. Discover now