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Terminaron de comer y salieron al patio. Estaba nublado. Hermione se sentó en un peldaño de piedra y volvió a hundir su rostro en Viajes con los vampiros, Harry y Ron se pusieron a hablar de quidditch con algunas acotaciones de Medea, quien repasaba su libro de pociones, haciendo notas sobre posibles cambios. Pasaron varios minutos antes de que Harry se diera cuenta de que alguien lo vigilaba estrechamente. Al levantar la vista, vio al muchacho pequeño de cabello castaño que la noche anterior se puso el Sombrero Seleccionador. Lo miraba como paralizado. Tenía en las manos lo que parecía una cámara de fotos muggle, normal y corriente, cuando Harry miró en su dirección, se ruborizó en extremo.

—¿Me dejas, Harry? Soy... soy Colin Creevey— dijo entrecortadamente, dando un indeciso paso hacia delante—. Estoy en Gryffindor también. ¿Podría... me dejas... que te tome una foto?— dijo, levantando la cámara esperanzado.

—¿Una foto? — repitió Harry sin comprender.

—Con ella podré demostrar que te he visto— dijo Colin con impaciencia, acercándose un poco más, como si no se atreviera—. Lo sé todo sobre ti. Todos me han contado: cómo sobreviviste cuando Quine-tú-sabes intentó matarte y cómo desapareció él, y toda esa historia, y que conservas en la frente una cicatriz en forma de rayo.

—Genial, otro fanático— murmuró Medea por lo bajo.

—Y me han dicho que si revelo el negativo en la poción adecuada, la foto saldrá con movimiento...

—Yo te puedo hacer esa poción— dijo Medea cuando por fin algo llamó su atención.

—Tal vez me pudieras sacar la foto con él, para poder salir a su lado— se dirigió a la pelirroja—. ¿Me la podrías firmar? — retomó su atención en el azabache.

—¿Firmar fotos? ¿Te dedicas a firmar fotos, Potter? — resonó la potente y cáustica voz de Draco Malfoy, acompañado por sus gorilas, Crabbe y Goyle—. ¡Todo el mundo haga fila! ¡Harry Potter firma fotos!

—No es verdad— dijo Harry de mal humor, apretando los puños.

—Cierra la boca, Draco— dijo Medea al pararse, era muy pronto para que esos dos se pelearan.

—Lo que pasa es que le tienes envidia— dijo Colin.

—¿Envidia? ¿Desde cuándo uno es más importante por tener la cabeza rajada por una cicatriz? — los dos gorilas reían como idiotas, Medea les lanzó una mirada severa para hacerlos callar.

—Échate al inodoro y tira de la cadena, Malfoy— dijo Ron.

—Weasley, ten cuidado. No te metas en problemas o vendrá tu mamá y te sacará del colegio— varios alumnos rieron a carcajadas al recordar aquello—. A Weasley le gustaría que le firmaras una foto, Potter. Pronto valdrá más que la casa entera de su familia.

—¡Cuidado! — le susurró Hermione.

—¿Qué pasa aquí? — Lockhart hizo acto de presencia.

—¿Solo por él levantas la vista del libro? — se burló Medea.

—Por supuesto que Harry, ¿quién sino firmaría fotos?

—Yo te preparo la poción este fin de semana— dijo Medea guiñándole el ojo al niño antes de comenzar a andar hasta el aula de Lockhart, seguida por Ron y Hermione. En la última mesa se sentaron, en medio Harry y ella, a su derecha su primo, a la izquierda de Harry, Granger.

—Se podría haber frito un huevo en tu cara— dijo Ron—. Más te vale que Creevey y Ginny no se conozcan, porque fundarían el club de fans de Harry Potter.

—Cállate— le interrumpió Harry. Lo único que le faltaba es que a oídos de Lockhart llegaran las palabras club de fans de Harry Potter.

—Yo soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte! — esperó que se rieran todos, pero solo hubo alguna sonrisa—. Veo que todos han comprado mis obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No se preocupen, sólo es para comprobar si los han leído bien. No se preocupen, solo es para comprobar si los han leído bien, cuánto han asimilado... Disponen de treinta minutos. Pueden comenzar... ¡ya!

—¿Es enserio? — dudaron ambos primos encarando al resto, pero Hermione ya había empezado a contestar. Medea ni siquiera lo intentó, se mantuvo estática en su asiento. Era su materia favorita y no estaba de acuerdo con ese charlatán.

—¡Excelente! — dijo Lockhart con una sonrisa—, diez puntos para Gryffindor por el logro de la señora Granger— de debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la vieran—. Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotarlos de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula tengan que encarar a las cosas que más temen. Pero sepan que no les ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que les pido es que conserven la calma. Tengo que pedirles que no griten, podrían enfurecerse. Sí, duendecillos de Cornualles recién tomados— Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una carcajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de terror—. ¿Sí?

—Bueno, es que no son... muy peligrosos, ¿verdad?

—¡No estés tan seguro! ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!

—Está loco— murmuró Medea terminando de comprobar que sería otro año desperdiciado en cuanto a aprendizaje, mejor le mandaba carta a su tío para que le mandase libros.

Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca—. Está bien— dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacen con ellos! — y abrió la jaula.

Supremacía de la sangre (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora