《01: Quién gane el juego, se queda con la manzana》

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[◇•◇]

Hace mucho que no habían días soleados. Cada día era más gris que el anterior, más húmedo y frío.

Lo cual era tan contraproducente para él (y los demás), pues el orfanato se hacía un témpano de hielo gigante y era imposible dormir o andar sin que los huesos se te entumieran al punto de ser difícil hasta moverse.

Hoy era un día soleado, no como habría recordado de esos días de playa en Busan donde comían hattogu y jugaban en la arena, pero unos cuantos rayos que mataran el frío se agradecen, por supuesto.

Y sus compañeros igualmente lo agradecían, por eso una vez que la desagradable hora de la comida acabó, una cuerda de sábanas descendía desde el tercer piso hasta el césped muerto y seco del exterior.

Él y otros dos bajaron por aquella ventana, descendieron al suelo y se echaron a correr hacia la reja de barrotes. Gracias a su ya anormal delgadez pudieron atravesar la separación entre estos y luego correr hacia los árboles del espeso bosque.

No eran niños ya, todos estaban a un año de tener la mayoría de edad y ser inevitablemente desechados del lugar en el que estaban. No ser escogido es un dolor gigante durante la niñez, ya en la adolescencia pierde importancia.

Pierde importancia, ellos pierden la esperanza y comprenden que sólo se tienen a sí mismos, o como estos chicos, se tienen entre ellos.

Se tenían entre ellos para lo que fuera, ayudándose a sobrevivir y persistir en ese lugar, su mal llamado "hogar". Un lugar lúgubre, frío y aterrador.

Por eso apreciaban cada momento en el que la gobernanta Yang y su desagradable esposo no los estaban viendo, ocupados castigando a otros niños o atiborrándose de comida.

Cerraban la puerta de su habitación y escapaban unas horas de su prisión, a correr, jugar, leer, hablar tonterías o simplemente a hacer nada, como los adolescentes que eran, o los niños encerrados en esos cuerpos de casi adultos que han sabido del sufrimiento.

Tomaban con aprecio cada oportunidad lejos de los Yang o de sus insoportables compañeros, donde no pensaban en el futuro venidero, cuando no eran castigados o había una cosa más en sus mentes además del hambre y el miedo.

De vez en cuando podían encontrar algún nogal por ahí y comían nueces, o TaeHyung era lo suficientemente astuto y rápido para robar algunas frutas o pedazos de pan de la cocina.

Hoy tenía la pinta de ser un gran día: La gobernanta y su esposo habían salido a algún lugar en su carruaje, la manta estaba rebosante de comida deliciosa y el día estaba soleado. Parecía un gran día para estar con sus queridos amigos.

Y en un árbol lo suficientemente lejos del orfanato descansaban los tres, JiMin en la separación del tronco, comiendo una manzana, TaeHyung sobre una de las ramas, leyendo un libro, y por supuesto JungKook, en el suelo sobre la tierra con unas cuantas fibras de césped entre verde y muerto, estaba con los ojos cerrados, visualizando, oliendo, escuchando en su mente los recuerdos de días soleados con su antigua familia, hace ya mucho tiempo.

Concentrado, lejos, nostálgico se encontraba hasta que un doloroso pero no grave golpe en su cabeza le distrajo de su ensoñación. La flacucha pierna de TaeHyung colgando hacia abajo y balanceándose con su sucio, duro y resistente bototo negro que dio contra un costado de la cabeza de Jeon.

-¡Auch! -se quejó JungKook, sobando su sien y mirando con notable molestia al castaño arriba suyo-

-Ups, lo siento Kook -dijo preocupado al notar su acción. Al hacerlo detuvo de inmediato el movimiento-. Creo que ninguno de los dos estaba realmente en el plano terrenal.

"Un" Drácula, Como En El Libro (Jintaekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora