Capitulo 2

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Dulce esperaba con impaciencia la llegada de su hermano con aquel amigo que prometía ser tan excitante sentada en el último escalón del porche. Bud le había dicho en su última carta que saldrían de Sidney justo después del desayuno, pero aun así, tenía por lo menos cinco horas y media de viaje. Todavía eran las doce menos diez, de modo que probablemente no llegarían hasta dentro de una hora.

Pero Dulce se sentía incapaz de hacer cualquier otra cosa, así que se quedó donde estaba, observando nerviosa la carretera del valle.

Por millonésima vez durante la mañana, se preguntó qué aspecto tendría Christopher. Según Bud, tenía un aspecto inmejorable, pero los gustos de Dulce diferían tanto de los de su hermano como su propia apariencia.

Bud habla heredado los rasgos de su madre, una mujer pequeña de pelo oscuro y ojos marrones y una clara tendencia a engordar. Dulce, sin embargo, era la versión femenina de su padre, un hombre alto, de tipo atlético con el pelo castaño y unos enormes ojos verdes.
Sus personalidades también eran muy distintas. Mientras que Bud se aburría con facilidad y necesitaba actividades excitantes y estar acompañado la mayor parte del tiempo, Dulce era una persona mucho más tranquila, que guardaba celosamente su intimidad. Disfrutaba estando sola, yendo a montar a caballo o acurrucándose en la cama para escribir poesías o leer algún libro. Prefería pensar a hablar, y su hermano, sin embargo y al igual que su madre, era capaz de hablar hasta debajo del agua.
Una nube de polvo en la distancia hizo que Dulce se levantara de un salto y se llevara la mano a los ojos para mirar la carretera. Pronto, descubrió que se estaba acercando un coche a la misma velocidad que empezaba a latir su corazón.
Eran Bud y su amigo. Estaba segura.
En algún rincón de su mente, Dulce era consciente de que estaba comportándose de una forma muy poco habitual en ella. Jamás se había puesto tan nerviosa por ningún hombre, y mucho menos por uno al que ni siquiera conocía.
Nunca habla sido una de esas jovencitas que se volvían locas por los hombres. Sus compañeras de clase pensaban que era por timidez y ella había dejado que lo creyeran.
Dulce sabía que no era una persona tímida; era, simplemente, reservada. Le gustaba conservar un espacio personal y odiaba sentirse agobiada o acosada. Las excesivas atenciones de algunos hombres a veces la incomodaban y enfadaban. Encontraba a la mayor parte de sus compañeros de estudios excesivamente infantiles, ruidosos e irritantes. La verdad era que el hecho de que su padre le hubiera prohibido tener novio hasta que no cumpliera dieciséis años, para ella había supuesto un ali¬vio. Era la excusa perfecta para rechazar las invitaciones que recibía de sus admiradores.
Y había tenido muchos, pues siempre había sido una chica muy atractiva, a pesar de que no hacía nada para realzar su aspecto o aparentar más edad, como habituaban a hacer sus compañeras. Jamás se maquillaba, llevaba el pelo recogido en una sencilla cola de caballo y era la mujer más feliz del mundo con unos vaqueros o unos pantalones cortos y cualquiera de las camisas de su padre.
Aquel día no era diferente. Tenía demasiado sentido común para intentar gustar o seducir a alguien como el amigo que Bud llevaba desde Sydney. Al parecer, tenía veintidós años, sólo uno más que Bud y seguramente no se le ocurriría prestar atención a una quinceañera. Además, por lo que le había contado su hermano, era un chico muy rico, el hijo único de una de las familias más adineradas de Sydney.
Quizá fuera el último factor el que lo convertía en alguien tan fascinante a los ojos de Dulce. Ella nunca había conocido a nadie verdaderamente rico, y las cosas que su hermano le habla contado sobre la casa de Christopher y su estilo de vida le parecían increíbles, no tenían nada que ver con la vida que llevaban ellos en el campo.
A Dulce le había impresionado especialmente ente¬rarse de que antes de empezar la universidad, Christopher había tenido que hacer un viaje alrededor del mundo.
Bud y él no se habían hecho amigos hasta el último año de carrera, y la joven estaba segura de que en cuanto terminaran los estudios sus vidas tomarían rumbos muy diferentes. Al año siguiente, Bud tendría que asumir ya su vida como adulto y conseguir un trabajo, mientras que Christopher se convertiría inmediatamente en un importante ejecutivo de cualquiera de las empresas de su familia.
Sterling Industries era una compañía que trabajaba en multitud de ramas, desde la alimentación hasta el mobiliario, pasando por los plásticos y las minas.
Al parecer, Christopher se había ofrecido a buscarle a Bud un trabajo, pero éste lo había rechazado. Dulce se había sentido orgullosa de su hermano al enterarse, además, estaba convencida de que Bud tenía inteligencia y energía suficiente para triunfar en cualquier cosa que se propusiera.
Oyó la puerta de la casa y se volvió. Era su madre que se salía secándoselas manos en el delantal que llevaba atado a su ancha cintura. Aunque todavía no había cumplido cuarenta años, el amor por la comida había conseguido dar a Nora Brown el aspecto de una verdadera matrona.
Pero a Nora no le preocupaban los problemas de peso. En realidad, había muy pocas cosas que le preocuparan, era una persona muy tolerante a la que resultaba muy sencillo agradar y a la que era imposible no querer. El único defecto que tenía era que en algunas ocasiones era un poco brusca con los demás. No era una mujer ruda, pero el tacto tampoco era su fuerte. Aun así, todo el mundo la adoraba, especialmente su marido.
Morris Brown era un hombre muy atractivo que podría haberse casado con cualquier mujer que hubiera escogido. Y al final lo había hecho con Nora, una mujer bajita, rellenita y con aspecto vulgar.
En realidad a Nora jamás la había sorprendido. Había aceptado el amor de Morris como algo merecido y lo había querido a él con toda su alma. Veintidós años después, todavía se adoraban.

Uɴ ʙᴇsᴏ ɪɴᴏʟᴠɪᴅᴀʙʟᴇWhere stories live. Discover now