Capítulo 1

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Había encontrado al amor de mi vida.

Sí, la idea era una locura.

A mis diecinueve años de vida nunca había sentido algo similar a esto. La atracción evidente y los latidos garrafales de mi corazón galopeando con fuerza a punto de salirse de mi pecho. Creía en el amor, pero no creía en tal cosa como el amor a primera vista. Aquello era una exageración. Y justo en aquel momento estaba viviendo una.

Bajo las luces vibrantes y el sonido estridente de la fiesta, podía notarlo de lejos en uno de los sofás del fondo. Era alto de cabello rubio como el sol, hombros anchos, y con una camiseta oscura y apretada de manga corta, exhibiendo unos brazos marcados. Entonces, tomándome por sorpresa, alzó la mirada en mi dirección y sus ojos conectaron con los míos. En ese instante, juré que mi mundo se había detenido.

Su mirada profunda me cortó la respiración. Me di cuenta que sus ojos eran azules y profundos, como si prometieran peligro y a la vez diversión; sus cejas gruesas, nariz respingona, sus labios sonrojados..., estaba segura que en mi vida nunca había visto un chico tan atractivo como él. Un mismísimo Dios griego.

Apartó el rostro y la magia se desvaneció. Una chica de piernas largas y cabello rubio se acercó, le sonrió al chico para rozar sus muslos antes de sentarse en su regazo. La seriedad arrastró con mi expresión y bajé la mirada hacia mis zapatos, sintiéndome terriblemente patética.

No tenía que haber venido a esa fiesta. Le había rogado tantas veces a mi mejor amiga de no traerme que perdí la cuenta, más las veces que me quejé arrepintiéndome de haber cedido. Melsa tenía una buena técnica para persuadir.

—¡Oh, dios mío! —La escuché decir acercándose a mi costado. Tiró de mi camisola de Guns n Roses para llamar mi atención—. Ese chico de ahí está como un queso.

—Shh... —coloqué un dedo sobre su boca entreabierta.

Creí que estaba hablando del mismo chico, hasta que hizo una señal con su cabeza hacia el pelinegro con tatuajes que se encontraba en la sección de bebidas.

Estaba clarísimo que Melsa había sugerido venir a la fiesta con el fin de encontrarnos con chicos guapos. Para las chicas como nosotras, aquello era como un hobby. En especial para las extrajeras inglesas, cuyos casos se caracterizaban por encontrar nuevas amistades y quizás, solo quizás, un noviete de paquete.

Yo y Melsa habíamos ingresado en la ESU de California esa misma semana como dos gatitos indefensos en continente desconocido, y hace días me estaba muriendo por salir de la residencia, llevábamos tres días desempacando cajas, explorando las instalaciones del campus, y viendo la misma peli dos veces al día. Ni siquiera había empezado nuestro primer día de universidad y ya estaba deseando poder regresar a casa.

Todo parecía genial en Eastbourne. Perfecto, mejor dicho. Desde antes mi plan era quedarme en Inglaterra una vez terminado el colegio, ingresar a la universidad de Sussex Downs College y tener una apartamento estable con una vecina de residencia londinense para que me preparara té todos los días; pero mi destino tenía otros planes en mente. Melsa enfrentaba serios problemas en casa y no quería quedarse más tiempo cerca de sus padres. Consideramos irnos a Manchester o a Birmingham, pero el padre de Melsa era un hombre poderoso que trabajaba para la comisaria de seguridad. Ya podrían imaginarse la investigación que tomaría en todo Inglaterra solo para buscarnos. Melsa no tenía más opción que abandonar el país. Así que, al final, jodidamente seguí a Melsa a los Estados Unidos como buena mejor amiga que soy.

Me tomó un par de días darme cuenta de la decisión errónea que había tomado. Pero, al fin y al cabo, a veces se deben hacer sacrificios a pesar de que la felicidad no nos conviene y pensamos en los otros más que en nosotros mismos.

El secreto de BooneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora