EPÍLOGO

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    Miraba distraídamente por la ventana mientras unas manos revolvían su pelo sin cesar. Hacia media hora que se había cansado de pedirle a Brian que quitase las putas manos de su pelo así que se había resignado a mirar por la ventana mientras el mayor le contaba las canas.

–Tienes muchas canas para tener veinticinco años, Hazz.

–Las canas salen por el estrés. Es culpa tuya. Estoy en la flor de la vida y parezco un puto viejo.

–Tampoco te pases –replicó el conductor del coche en tono jocoso–. Se nota que tienes canas, pero no todo el pelo blanco.

–Siempre puedes teñirte como hago yo –le guiñó uno de sus diminutos ojos que quedaban casi entrecerrados por el flequillo rubio.

–Piensa en positivo –intervino el conductor–. El pelo blanco no se cae –se pasó la mano por la cabeza calva con añoranza.

–Si a mi me da igual tener el pelo blanco, negro o purpura. ¡Este idiota! Quita las manos –le manoteo de nuevo.

–No eres divertido. Deberías dejar la universidad. Entonces serías divertido. Siempre estas pensando en clases, los exámenes... Es un puto coñazo.

–¿Te doy un coñazo a ti acaso? –entrecerró los ojos enfrentó a su supervisor.

–Entre el trabajo y tu novio no tienes otro tema de conversación.

–¿Y tu de qué hablas?

–De lo que me corresponder –le sacó la lengua de manera infantil y Harry respondió con el mismo gesto.

–A veces me preguntó que pensaría el mundo si supiese que ese par de gilipollas son los que han evitado una crisis nuclear en Rusia –murmuró un joven en el asiento del copiloto.

–¡Mas respeto a tus superiores! –replicaron los dos a la vez.

Styles se llevó la mano al costado haciendo una mueca de dolor y miró de mala manera a su superior que solo se separó de él incomodo porque se sentía culpable. Estando en Rusia para una de sus misiones internacionales habían sido arrastrados para celebrar la paz con un buen vodka, pero la borrachera había llevado a Park a entablar una conversación no muy agradable con un grupo de borrachos rusos y homófobos –por su puesto, estaban en Rusia– provocando una pelea muy física.

–Ya te he dicho que lo siento –murmuró el mayor.

–No lo suficiente –replicó el menor.

Su novio iba a preocuparse. ¿Con que cara iba a mirarle al llegar al apartamento? ¡Por Dios! Siempre que se marchaba en una misión internacional tenia que prometerle que volvería, que no le pasaría nada y que todo estaría bien. ¿Para qué? Siempre volvía hecho trozos. Si no era por algún inconveniente en el país de destino o algún accidente, era por culpa de algún acto estúpido de su equipo. Como aquella vez en Okinawa donde Yusuf por poco le saca el ojo con el palillo de takoyakis porque lo lanzó cuando le dio un ataque de tos. ¡Estaba rodeado de incompetentes! Sentía que si seguía sobreviviendo de esa manera era porque tenia una buena flor en el culo.

–Hemos llegado –informó el conductor sin apagar el motor del vehículo.

–Gracias, Freeman.

Edward abrió su puerta para bajarse y miró a su supervisor que no se movía mirando por la ventanilla del coche, le golpeó en el brazo recibiendo su atención con un quejido y volvió a golpearle hasta que Park se dio por aludido y decidió bajar.

–Eres peor que un niño pequeño siempre se tiene que hacer lo que tu dices –masculló Park mientras bajaba del coche e iba hasta el maletero para sacar la bolsa de viaje del menor.

CONTROL - L.SWo Geschichten leben. Entdecke jetzt