Capítulo Doce.

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FINAL.

Perpetua locura.

“She saved everyone but couldn’t save herself”

Sigilosamente, se vistió con aquel vestido del color de la sangre que alguna vez, en ese mismo lugar, Gael le había regalado por ‘su buen comportamiento’. Ella recordaba con exactitud lo que pensó al ver ese vestido.

Jamás lo usaré. Preferiría morir a usar algo que me de Gael”.

Qué irónicas son las cosas, ¿no? Ella estaba usando ese lindo vestido para morir con él.

Cuando estaba a punto a irse, con dolor, volteó a ver a su amado. Sting dormía plácidamente en la cama, su pecho desnudo de movía continuamente.

No había nada de qué preocuparse, pero, ¿qué ere ese sentimiento que oprimía a su corazón? Esa inquietud que no la dejaba respirar.

“Bueno, si vas de camino a tu muerte, esto es lo que se debe sentir, ¿no?”

Miro por última vez a la única persona que había amado con todo su ser y salió por la ventana.

Camino por aquel frondoso bosque, como si lo conociera. Sus pasos la llevaron al rincón más oscuro y desconocido de aquel bosque. Y con cuidado de no tropezar por las rocas y por el vestido, empezaba a correr.

Su tiempo se acababa.

Sentía como el clima empezaba a cambiar. La calidez característica de una noche de verano desapareció, ahora lo quedaba era frío. Pero no era el típico frío que era de invierno, el frío que todos anhelan, sino un frío que te corroe los huesos, hasta llegar el alma para que ésta se encogiera de temor.

El silencio le acompañaba y la luz escaza de la luna iluminaba su camino. “Nací sola y moriré sola…”

“… Pero el tiempo que estuve con Sting fue el más valioso de mi vida. Siempre le estaré agradecida por estar conmigo. Siempre agradeceré a Fairy Tail, mi única familia, a Rogue, por ser lo más cercano a un hermano que nunca tuve.”

“Solo espero que no me olviden.

Espero que me recuerden con alegría…

Sting…

Todos…

Lo siento.”

 

Después de una infinidad de pasos, llego a su destino.

Las plantas que lo rodaban estabas marchitas, el suelo, infértil, muerto. Se movía como si la brisa lo moviera y si lo observabas durante varios segundos, su coloración cambia. Algunas veces era blanco, otras, negras, pero casi siempre predominaba el color rojo sangre.

Era eso.

El portal hacia el inframundo, el tártaro, el infierno.

Su piel se puso de gallina. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Sus pupilas se dilataron. Sus manos empezaron a temblar y a sudar. Su cuerpo reaccionaba como si supiera lo que venía a continuación.

La pelinegra se sentía indudablemente atraída hacia ese portal. Sentía como si el portal fuera un imán y ella el polo opuesto. Así que con dificultad, se alejó un poco. Se sentó en una de las tantas rocas que había por ahí y pensó.

“¿Qué hago ahora?”

“Libérala. Sabes que eso es lo correcto, (T/N)”.

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