Capítulo 1 Sorpresa, papi.

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Todo estará bien, solo respira y no dejes de hacerlo.

Me había pasado repitiéndome eso desde que mi madre me dió esa terrible noticia. Los siguientes días, ni siquiera hable con ella. Estaba realmente molesta y atormentada, cosa que empeoró cuando subí al avión, volé, llegue a California y me subí en el taxi para llegar con mi... con aquel idiota. Mis pobres nervios estaban implorándome que me relajara, mis manos sudaban, mis piernas temblaban y mi corazón no paraba de latir fuertemente.

Estaba a punto de sufrir un colapso mental.

No podía dejar de pensar en lo que me depararía los siguientes seis meses a su lado. No dejaba de preguntarme cómo manejaría todo el odio que sentía hacia él, si tan solo con la idea de volver a verlo me causaba náuseas.

Y entonces pasó.

Había llegado.

El taxi se detuvo frente a la que sería mi nuevo hogar por los siguientes meses. Me quedé muy quieta, no podía siquiera girar y mirar la casa. No estaba lista, lo único que quería era que el taxista siguiera conduciendo lejos de ahí y que me dejará en algún lugar bonito.

—Es aquí, señorita —me informó el taxista al notar que no me movía.

Tragué duro y asentí buscando el dinero en mi bolsillo para pagarle.

—¿Se encuentra bien? —inquirió el taxista mirándome con cierta preocupación por el retrovisor.

¿Bien? ¿Cómo podía estar bien?

—Si —me limité a decir.

Sin saber muy bien de donde, saque el valor para bajar de aquel taxi. Me quedé estupefacta al ver lo asquerosamente grande y lujosa que lucia aquella casa de al menos tres pisos e innumerables balcones y ventanas. Tenía un portón de al menos tres metros de altura y se podía ver a través de el, el camino hacia la entrada principal, la cual estaba rodeada de bellos jardines y pinos altos. Las luces que la alumbraban le daban una apariencia todavía más lujosa.

Apreté fuertemente la maleta en mi mano, mientras que con la otra tocaba el timbre.

—¿Que desea? —sonó una voz femenina por el timbre.

—Vengo a ver a... —me aclararé la garganta—. Soy Alice Jones. La hija de Henry Jones.

Como odiaba decir mi apellido.

—Hola —insistí al notar que no se escuchaba respuesta alguna—. ¿Es que no vive aquí el señor Jon...

Me interrumpí a mi misma al ver que los portones se abrían de par en par. No muy convencida, comencé a adentrarme. Caminé hasta quedar frente a las pequeñas escaleras que conducían a la puerta principal. La puerta estaba semi-abierta y se podía escuchar levemente algunas risas.
Respiré hondo una vez más y me adentré muy sigilosamente. Si ya estaba impresionada por lo hermosa que lucia la casa por fuera, quedé aún más impresionada por cómo lucia por dentro. Desde los cuadros, hasta el piso eran realmente impresionantes. Eche una ojeada a la sala principal, donde se escuchaban las voces de aquellas personas, sobre todo la de aquel idiota.

Mi corazón se apretó en mi pecho cuando crucé la entrada y lo vi. No había cambiando mucho, solo llevaba algunas canas en su cabello, arrugas que empezaban a ser notables... sus ojos aún llevaban ese brillo. Iba muy bien vestido, con sus típicos pantalones negros de vestir y su camisa formal. ¿Como podía estar ahí tan tranquilo sabiendo que yo no estaba con él?

Escuchaba atentamente a su mujer, quien hablaba y hablaba con gran entusiasmo. Debía admitirlo, era una mujer muy hermosa. Llevaba un vestido blanco pegado a su cuerpo y un maquillaje muy discreto. Su hijo estaba sentado frente a ellos, inmerso en la pantalla de su teléfono, asintiendo a todo lo que ella decía. Mi madre me había hablado de él, Alex Scott. El nuevo orgullo de Henry Jones.

El día que perdone Where stories live. Discover now