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Dian sabía que había algo raro desde que entró a la escuela. Un olor a menta y galletas de chocolate recién horneadas llegó a sus cosas nasales, pero no solo eso. Un olor muy potente a sangre que había hecho sus ojos cambiar a uno negro por completo la atrajo.
Por esa misma razón decidió utilizar su don y evitar cualquier problema que pudiera surgir por su sed. Y todo se mantuvo bien desde la mañana hasta que llegó la hora de clases de arte.
Dian se encontraba en su lugar característico, cerca de la ventana en la esquina más alejada del salón. El bosque la inspiraba.
Ya había dejado de usar su don, pero vaya que se había arrepentido de eso cuando un chico que en su vida había visto entró al salón. El era un rubio de ojos verdes, alto y con vestimentas de colores oscuros; pero lo más extraño resultó ser que él era la fuente de aquel olor tan rico y llamativo para ella.
━━Vaya ━━dijo la maestra━━, señor Adam. Nos honra nuevamente con su presencia desde hace... dos semanas creo. Espero se pueda poner al corriente.
«Yo te paso todas las tareas. Estuve aquí solo esperando a tu regreso. Y también encontré una chica que ya ha flechado mi frío y muerto corazón.»
━━Se lo aseguro.
━━Pues joven, le dimos su asiento a alguien más, así que puede sentarse al lado de la señorita Cullen.
Había pocas cosas que lo ponían nervioso, las serpientes y querer dejar entrar a alguien a su vida. Y aquella chica logró hacerlo sentir eso aunque no planeara nada.
Bajo las advertencias de cosas extrañas que su amigo le daba sobre la pelirroja y su familia el se sentó.
Dian suspiró para después jugar con las mangas de su suéter y colocarlas desde ese momento en su nariz. En verdad lo había hecho para evitar respirar, aunque no lo necesitara la tentación era grande, y su sangre deseable para la chica.
«Te digo que hay algo raro con ellos... A no... se me hace que no te bañaste y por eso se tapa la nariz. Me alegro de ya estar muerto para no olerte.»
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