Capítulo 30

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—Si no tienes cuidado te vas a quemar —dijo Alfonso.

El roce de sus manos hizo que sus piernas se doblaran, como siempre, y cerró los ojos cuando él sostuvo la tetera para dejarla sobre la mesa. Deseaba que las cosas fueran como antes, que él se diera la vuelta y la tomara entre sus brazos. Sintió que casi podía sentir el roce de sus labios y...Oyeron pasos en el pasillo acercándose y Anahi abrió los ojos. Christopher acababa de entrar.

—Té, estupendo. ¿Me pones una taza, Poncho? —pidió alegremente sentándose a la mesa y mirando de uno a otro—. Buenos días, Anahi. Pareces cansada. Los dos parecen cansados. ¿Qué habran estado haciendo?.

—No sé lo que habrá hecho Alfonso, pero mi aspecto se debe a las nauseas —confesó y oyó a Poncho maldecir en voz baja.

—Siéntate, Anahi —ordenó Poncho estudiando su perfil—¿Quieres comer algo?

Su preocupación era como un bálsamo y sonrió.

—Las tostadas normalmente ayudan —dijo sentándose en la silla que Chris había colocado para ella.

—Le diré a Maudie que las prepare —dijo Alfonso bruscamente antes de desaparecer para buscar a la criada.

—Es un miserable, ¿verdad? —se quejó Christopher—. Cualquiera diría que él no ha tenido nada que ver con el embarazo —añadió, levantándose para tomar una taza y volver a sentarse a su lado.

Al menos podía agradecer que Alfonso no hubiera tenido dudas sobre la paternidad del niño. Si las hubiera tenido no habría sabido qué hacer.

—Está enfadado consigo mismo por olvidarse de mis mareos —dijo ella. Anahi sabía que ésa era la razón para el comportamiento de Poncho en ese momento.

Podía estar enfadado con ella, pero no le haría daño ignorando las dificultades de su estado. Era una contradicción que ignoraba si él conocía. Pero ella sí y eso fortalecía sus esperanzas. A su lado, Christopher inclinó la cabeza para estudiarla.

—El embarazo te sienta muy bien, a pesar de los mareos quiero decir. Estás guapísima.

Anahi sonrió, tocándose el vientre aún plano.

—Es un poco pronto para saber eso.

— ¿Demasiado pronto para qué? —preguntó Alfonso volviendo a entrar con unas tostadas que puso delante de Anahi. Tomó una silla frente a ella y se sentó.

—Anahi no cree que el embarazo le siente muy bien. Yo creo que tiene algo especial en la cara, como Dulce, ya sabes.

Se refería a su comprometida, que estaba a punto de dar a luz... Para luego casarse.

— ¿A ti qué te parece, Poncho? —Chris miró a su hermano. Anahi contuvo el aliento mientras esperaba la contestación de su marido.

¿Qué diría? ¿Sería sincero o mentiría? Poncho tardó algo en responder.

Lentamente sus ojos fueron de su amigo a Anahi

—A mí me parece que está aún más guapa que antes —dijo roncamente.

— ¿Lo dices de verdad? —preguntó ella, oyendo los latidos de su corazón.

—Yo no te mentiría, Anahi —contestó él.

Aquello borró su alegría. Anahi palideció. ¿Cómo podía decir eso? Dar con una mano y quitar con la otra era algo demasiado cruel. Anahi se levantó precipitadamente.

—Perdónenme —musitó.

Tragándose las lágrimas, salió rápidamente de la habitación. Poncho salió tras ella al pasillo y la tomó del brazo.

— ¡Espera! ¡Maldita sea, espera un momento! —dijo sujetándola—. Lo siento. No he querido decir eso.

Anahi lo miró con lágrimas en los ojos.

— ¿Y qué has querido decir?.

—Sólo he querido decir que estaba diciendo la verdad. No quería insultarte.

— ¡Querrás decir que esta vez no has querido!.

— ¡Maldita sea, estoy intentando disculparme! —dijo Poncho con las mandíbulas apretadas.

— ¿Y con eso se arregla todo?.

—No quería hacerte daño.

—Tampoco yo he querido hacerte daño nunca. Pero si tú no me crees, ¿por qué iba a creerte yo?.

Alfonso la miró durante varios segundos. Después, se dio la vuelta. Anahi apartó la mirada, intentando no llorar. Cuando se controló anduvo por la casa y salió al patio. Ya habían limpiado los restos de la fiesta y se sentó en un sillón. Dos minutos más tarde, alguien colocaba un plato con tostadas y una taza de té en la mesa, a su lado. Ella levantó la mirada automáticamente y se encontró con el rostro de Poncho.

—Cómete el desayuno —ordenó él.

—No tengo hambre.

—Cómetelo, Anahi. Por tu bien y por el del niño. No te pongas enferma para hacerme daño a mí.

Tenía razón y ella lo sabía. No quería ponerse enferma y desde luego no quería hacer daño al niño. Con esfuerzo, tomó un trozo de tostada y le dio un mordisco. Poncho se apoyó en la pared. La ignoraba, mirando hacia otra parte. Parecía un perro guardián y, con sentido del humor, pensó que no se movería de allí hasta que no quedara nada en el plato. Con un pequeño suspiro, se relajó en el sillón.

—Esto está muy tranquilo. ¿Dónde está todo el mundo? —preguntó ella.

—Han llamado del hospital esta mañana.

— ¿Dulce ha dado a luz?.

—Ha sido un niño —confirmó Poncho, mirando el reloj—. Se fueron hace más de una hora, así que deben de estar a punto de llegar.

Anahi sonrió.

—Tu madre se habrá puesto muy nerviosa —bromeó.

—Sí —sonrió él. Los dos se miraron divertidos.

—Pobre Ruth—dijo ella riendo.

Alfonso sonrió también.

—Mi padre estaba igual. Espero que no tengan un accidente.

—Quizá deberíamos invitarlos cuando yo esté a punto de dar a luz —sugirió Anahi. Sus miradas se cruzaron compartiendo un sentimiento común.

Un pájaro cantó en un árbol cercano y la magia se rompió. Poncho se dio cuenta de que había bajado la guardia y se estiró.

—Ya pensaremos en eso cuando llegue el momento —dijo abruptamente.

Para Anahi fue como si el sol se hubiera puesto. Era tan maravilloso hablar con Alfonso como si nada hubiera cambiado, que estaba a punto de gritar de frustración. En lugar de eso, bebió lo que quedaba de té e intentó tranquilizarse.

—Tienes razón. También tenías razón sobre el desayuno. Tenía hambre.

El prometido de mi hermana | Anahi y Alfonso Herrera | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora