Capítulo 33

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—Volveré a la casa —suspiró ella.

No estaban demasiado lejos, así que ella podría volver sola perfectamente.

—No. Ya que estás aquí, quédate —dijo él decidido.

—Muy bien —murmuró.

Ahora que habían llegado a un acuerdo, podían seguir caminando. Buscaban con los ojos una pista, aún dudando de que el niño pudiera haber llegado tan lejos.

—Tú también debes de estar cansado —observó Anahi—. ¿Dónde has pasado la noche?.

Por unos segundos creyó que no iba a responder, pero al final él se encogió de hombros.

—En el cenador.

—Esas sillas de mimbre no deben de ser muy cómodas.

—No lo son. Tengo cardenales por todas partes. Tendrías que verme la espalda —añadió, sonriendo a su pesar, y haciéndola reír.

De repente, sus miradas se cruzaron, pero esa vez en los ojos de Poncho no había nada ni remotamente parecido a la ira.

—Ojala pudiera —murmuró Anahi  sabía que sólo estaban separados por unos centímetros, pero no se atrevía a acercarse más. Tenía que ser él quien tomara la iniciativa.

— ¿Me curarías? —flirteó él mirándola con un brillo peligroso en los ojos.

—Sí —dijo ella, conteniendo la respiración.

Sabía que podría curarlo de cualquier cosa si él la dejara intentarlo. Mientras lo estaba diciendo vio que el brillo de sus ojos desaparecía, reemplazado por la duda. Por un momento Poncho había olvidado, pero ahora todo volvía a ser igual.

— ¿Seguimos? —sugirió ella dándose la vuelta.

Durante unos segundos él no dijo nada y luego empezó a moverse.

—Tienes razón.

Ella lo miró de soslayo. Volvía a estar a la defensiva mientras le indicaba el camino a seguir, sin rozarla siquiera. Durante media hora siguieron caminando y cada vez se hacía más duro hasta que llegaron a un valle que vadeaba uno de los ríos.

—Tendremos que ir por aquí para cruzar el río. En esta época del año no debe de ser muy difícil. Ahora lleva muy poca agua.

Anahi se sentó en un árbol caído.

— ¿Tú crees que el niño habrá llegado tan lejos?.

—No estoy seguro, pero los niños hacen cosas sorprendentes —dijo observando la expresión asustada de Anahi—. No te preocupes. Seguramente lo encontrarán durmiendo en cualquier parte y esta búsqueda no habrá servido para nada. Charlie está cubriendo todo el terreno para asegurarse.

—Los padres del niño deben de estar angustiados.

Anahi podía imaginar el dolor de los padres e instintivamente, en un gesto que repetía cada vez con más frecuencia, se protegió el vientre con los brazos.

—Me imagino que darían lo que fuera por encontrarlo. Cuando lo encuentren, se pondrán a llorar como locos y después querrán matar al pequeño por habérselo hecho pasar tan mal —dijo burlón.

Anahi sonrió, que era lo que él pretendía.

—Supongo que hablas por experiencia —bromeo ella, imaginando que de niño debía de haber sido muy travieso.

—Supongo que mis padres lo pasarían mal conmigo cuando era pequeño —dijo Alfonso riendo—. Especialmente cuando veníamos aquí a pasar el verano.

El prometido de mi hermana | Anahi y Alfonso Herrera | Where stories live. Discover now