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— No sé de qué hablas.

— No me lo niegues. Fuiste el último con acceso a su expediente. Splendid, si no confiesas, llevaré esto a juicio. No puedes borrar información importante. Ese sujeto está suelto, y no sabemos dónde encontrarlo.

— Oh, por favor, hice un maldito juramento hipocrático¹, sé muy bien que debo y que no debo hacer, no soy un niño estúpido.

— Entonces no me mientas. Es imposible que alguien más lo haya borrado del sistema.

— Si tanto desconfías de mi, despídeme. No estoy aquí para recibir acusaciones. Buen viaje.



































— ¿Estás bien?

— Claro. Tengo a una paciente esperándome.

Splendid.

Volteó, y Webster lo miró con aquella mirada que siempre le indica lo peor; la desconfianza. Estaban tan alejados uno del otro que se sentía extraño, pero era general, nada personal. Sin embargo, aislarse no estaba siendo una buena alternativa.

— ¿Podemos hablar?

— Webster, estoy bien, sólo estoy estresado.

Se acercó nuevamente, arrepentido de su actitud, haber salido de esa discusión, que más que nada eran acusaciones de Lumpy, lo había agotado totalmente. La azabache le sonrió más relajada, últimamente todo se estaba volviendo un caos en el hospital y no tener a su amigo de siempre le había afectado de sobremanera.

— Sabes que puedes decirme lo que sea.

— Lo sé. Pero no te preocupes, tengo todo bajo control. Y sino es así, te buscaré.

— ... Gracias por confiar en mi.

Se dieron un leve abrazo, algunas veces olvida que no es solo alguien solitario en ese inmenso edificio blanco, personas como Webster están ahí para apoyarlo y cuidarlo de ser necesario. Simplemente, con el paso del tiempo su cabeza empezaba a llenarse de distintos pensamientos que le impedían pensar con claridad.

Entre ellos, cierto sujeto.
No sabe en qué momento le dió ciertas confianzas. Pero a la larga de estar conviviendo con él al menos tres semanas de forma continúa logró definir cada vez más el aspecto psicológico de Flippy, distinguiendo en él dos personas a la vez, cosa que a la primera no le resultó indiferente, sino que tenía que buscar alguna solución eficaz.

Flippy y Fliqpy. Jamás había convivido con un paciente así, puesto a que los cambios no solían ser tan seguidos en su presencia, sin embargo, con el militar era completamente distinto. Un sujeto con dos personas que podían aparecer simultáneamente por simples patrones que ha logrado identificar.

Esa vez que rompió su nariz con una cacerola (lindo recuerdo para si mismo), descubrió que la causa principal habían sido un par de balazos a la distancia, que desgraciadamente habían impactado contra la casa del general.

𝟏𝟐:𝟎𝟎 𝐀.𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora