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Un silencio abrumador se hubiese presentado entre aquellas cuatro paredes, de no ser por su fuerte respiración y el casi inaudible sonido de los dedos de sus pies tronándose debajo de sus medias blancas. No podía pensar con claridad, no cuando se encontraba tan nervioso, a pesar de que tuviese tantos pensamientos consumiéndomele. Estaba asustado, demasiado. Aquél listón negro cubriendo sus orbes tampoco le ayudaban mucho, al contrario, sólo lo hacía sentirse más ansioso; más expuesto.
El helado suelo debajo de él abrazaba sus piernas y acariciaba sus rodillas desnudas, al mismo tiempo, la corbata del mayor apresaba sus manos detrás de su espalda, causando un cierto sentimiento de inferioridad. Aún conservaba su bata cubriendo su cuerpo y, en un comienzo, creyó que quizás se debía a una extraña consideración o compasión por parte del ajeno, pero inmediatamente descartó esa idea cuando lo escuchó hablar.
— ¿Te ha quedado claro?— Le escuchó cuestionar, no muy lejos de él. Su voz consiguió ponerle los pelos de punta. Frío y dominante.— No puedes hablar, a menos que te lo ordene. Y únicamente harás lo que diga.— El rubio pasó saliva por sus labios y agachó la cabeza, asintiendo suavemente.
— Uhm.— Musitó con timidez, removiéndose en su sitio.— ¿Cuánto tiempo más debo estar así?— Preguntó realizando una mueca.— Se siente... un poco... estúpido...
Baji curvó sus labios en una media sonrisa, deslizando una de sus piernas; que se encontraba encima de la otra segundos antes. Seguido a ello, acomodó su cuerpo sentado sobre la cama, descansando sus brazos sobre sus muslos y acercándose al rostro del más bajito. Este se tensó cuando sintió su respiración cerca suyo, a pesar de no poder verle en lo absoluto.
— ¿Baji?— Susurró en voz baja, con duda, apretando sus manitos hasta empuñarlas.
El contrario no respondió, pero el más bajito tragó en seco cuando sintió una de sus grandes manos posarse sobre una de sus mejillas. Él la acarició con suavidad, corriendo sus mechones rubios con delicadeza. Chifuyu pasó saliva por sus labios, sin saber cómo reaccionar, más aún cuando tenía prohibido ver las expresiones ajenas. Quizás había hecho algo mal desde un comienzo, pero antes de que pudiese decir algo más o simplemente disculparse, el ardor en su mejilla no tardó en presentarse.
Un grito ahogado se redujo a un quejido al no poder asimilarlo en el momento, al mismo tiempo que el ruido de la bofetada resonaba en toda la habitación. Sus ojitos, a pesar de estar vendados, se cerraron con fuerza ante el impacto y sus dientes se apretaron cuando apresaron su labio inferior, con sus cristales azules temblando debajo de la tela oscura.
— Chifuyu.— La voz ronca del contrario consiguió erizarle la piel del cuerpo, jadeando inconscientemente.— Levántate.— Ordenó sin titubear, deslizando su dedo índice hasta su propio labio inferior.
El rubio apretó los labios y obedeció en silencio, empujando su cuerpo hacía arriba, para luego quedar de rodillas una vez más. Escuchó como el ajeno reprochaba en voz baja, acercando su mano una vez más. Ansioso, relamió una y otra vez su labio inferior, en la espera de otro posible golpe cuando su piel áspera se hizo presente en su mejilla de nuevo.
