CAPÍTULO 12: AY SI, LA DULCE ESPERA

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Quien se inventó eso de "la dulce espera" seguramente no estaba embarazado. Apuesto mis calzones con refuerzo, a que fue un hombre. Porque ellos no saben nada de esto. Estar embarazada es a veces muy desesperante.

Las horas más tranquilas para mí, era cuando estaba dormida. Sin querer me estoy convirtiendo en un perezoso, duermo la mitad del día. Y la otra mitad apenas me arrastro por la casa. Estoy cansada. Bostezo cada cinco minutos.

Y cuando estoy totalmente despierta tengo ganas de llorar. Me siento sola, papá está todo el día trabajando, Jake apenas viene a vernos, Ángela ya me consiguió reemplazo permanente en la escuela. Qué triste es no tener madre ni mejor amiga.

Algo que me tenía muy desmoralizada eran los gases. Odio hablar de esto pero es algo que no puedo negar. Siento que voy a elevarme como un globo de helio. La panza se me hincha y debo abrir las ventanas todas las noches. Algo leí en internet y creo que como muchas verduras flatulentas o harinas. Quizás hago malas combinaciones. Además, transpiro mucho. Me despierto en las noches empapadas, cómo si llegara de correr un maratón. He cambiado toda mi ropa por prendas de algodón, sino no soporto el escozor.

Voy al baño cada hora, meo más que un borracho. Y cuando río, toso o estornudo debo correr al baño o me hago "pis" encima. ¡Ay cómo detesto eso! Pero tengo mucha sed y debo hidratarme.

Me duele la espalda, la cintura que no tengo, me pican los pechos y también tengo comezón en la panza. Debo aplicarme más crema o tendré estrías horribles.

Ahora las suaves pataditas se habían convertido en una retumbante sesión de pataleo. "¿Acaso bebé Swan está practicando algún deporte dentro de mí?" le susurré.

Aún no dolía pero si molestaba un poco. Sólo espero que no se le ocurra a mi gusanito seguir pateando de ese modo en el futuro. No podré soportarlo.

Me arrastré hasta la cocina a tomarme un enorme vaso de leche y todo lo que encontré, me comería un puma si pudiera.

Miré la hora, eran las 8 de la mañana.

¡Ah por Dios!

Tengo cita en el hospital. Con esa patilarga, rubia y perfecta doctora prometida para casarse con el padre de mi hijo, el donador inconsciente: Edward Cullen.

Qué raro que Jake no viniera todavía. Corrí, o bueno, caminé lo más rápido que pude hacia el teléfono. Y le marqué.

— ¿Bella? Jake se fue hace más de una hora para tu casa— dijo Billy. ¿Y dónde rayos se habrá metido?

Me alisté velozmente, me puse el vestido más bonito que tenía. Muy coqueto. Esperaba no sentirme tan adefesio al lado de la doctora Denali.

Jake no llegaba. Intenté subir con mucho cuidado en mi vieja camioneta. Y no entraba. ¿El volante había crecido? Ah no, soy yo quien ahora está enorme como un balón.

No me quedaba de otra que llamar a un taxi. Casi entraba a casa cuando escuché un coche estacionarse estrepitosamente. Me giré a ver, era Jake.

— ¡Bella! Vamos retrasados— gritó.

No respondí. Subí sin decirle nada. Intentaba no reclamarle pues no era su obligación llevarme pero me molestaba que se retrasara y me haga llegar tarde a mi cita.

— ¿Molesta?— sonrió. Le mostré mis dientes sin un  ápice de humor y lo ignoré todo el camino.

Llegamos al hospital, como siempre, Jake trajo una de las sillas de ruedas y empujó hacia la consulta.

Había dos embarazaditas sentadas esperando turno.

—Voy a dejarle tu ficha a la doctora— Jake se acercó a llamar a la puerta.

¿Quién llamó a la cigüeña?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora