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—Ellos saben que es nuestro territorio, es evidente que nos han declarado la guerra.

Mencione mientras golpeba con molestia aquella improvisada mesa. El resto de los presentes dio razón a mis palabras.

—¿Y qué planeas que hagamos?

Mi ceño se frunció por su pregunta, la respuesta era obvia. —Demostrar nuestra autoridad, debemos de dejar en alto el nombre de la pandilla, nosotros no nos andamos con juegos y eso lo dejaremos más que claro. En esta zona somos los reyes.

La emoción de mis compañeros fue expresada en gritos, esa acción me hizo sonreír con orgullo. Hasta que de nuevo aquella voz volvió a oírse.

—¿Y por qué mierda debemos hacer lo que dices? Te comportas como si fueras la líder.

Molesta me giré hasta Masato, sosteniendolo con fuerza del borde de su chaqueta, ambos nos mirabamos con odio.

—Por si lo olvidas, yo estoy al mando. Te guste o no.

Una vena de cólera resalto en su rostro, a los pocos segundos me empujo por los hombros con fuerza.

—¿Al mando? Que puta broma, esto es momentáneo, sólo porque Hisao fue arrestado es que estás en esta posición. No te sientas la gran cosa.

Él me detestaba con todo su ser, era la mano derecha de Hisao, pero cuando yo aparecí fue desplazado. Además de eso siempre decía que una mujer no podría gobernar y mandar una pandilla de tal calibre, que por mucho que fingiera ser ruda el mundo de las pandillas no era para "niñitas" como yo.

Nunca habíamos llegado a más que discusiones ya que Hisao decía que no quería problemas entre nosotros.

—No. No me siento la gran cosa, lo soy —lo encaré. —Métetelo en la puta cabeza, él fue quien designo que yo estaría al mando en su ausencia, y aunque él estuviera aquí no olvides que yo soy la vicecomandante. —Sin agregar nada más Masato se marcho con molestia del lugar.  —¿Alguien más tiene alguna queja?

—¡No, comandante!

—Eso creí.

Con eso se dio por terminada la reunión y todos comenzaron a dispersarse, yo me quede en ese lugar hasta que se vació por completo. Saque mi teléfono para comprobar la hora, no faltaba mucho para la hora de visitas en el reformatorio.

• • •

—Hola de nuevo.

Miraba con una pequeña sonrisa a la persona frente a mí. Aunque eramos separados por el cristal templado mi felicidad por verlo no disminuía.

—Hola Atsuko.

—Y bien, ya no falta demasiado para tu liberación, ¿no Kazutora?

—Poco menos de lo que esperas.

Se encogió de hombros fingiendo restarle importancia.

—Si lo deseas, una vez que salgas puedes quedarte en mi casa, si es que no te sientes cómodo de volver a la tuya. Sabes que mi casa siempre será tu casa.

—Lo pensaré...

Realicé un gesto de tristeza, el cual paso inadvertido para el de tatuaje. A Kazutora lo conocía de hace años, conocía la situación en su familia, al igual que él sabía de la mía, sentir que no eramos los únicos desgraciados en el mundo nos hizo refugiarnos uno en el otro. Con el paso del tiempo él conoció a otro grupo de personas que lo hicieron sentir la calidez de una familia, pero a pesar de ello nunca me dejo de lado, me contaba con emoción sobre sus aventuras con sus nuevos amigos.

Perecedero. -Takashi Mitsuya-Where stories live. Discover now