Siete partes de valor (Parte I)

1.3K 257 195
                                    

«Buen niño».

Recordó el sonido de su corazón acelerado, el calor de sus pechos, el aroma de su túnica aún en medio del fuego que se abría paso. Memoró la sensación de orfandad y cuidado que lo rodearon, ambas tan distantes y exactas, en el momento en que su madre lo presionó contra su cuerpo como si quisiera guardarlo de nuevo en su vientre.

Buen niño... eso le dijo, buen niño. ¿Le seguiría diciendo buen niño si supiera que perdió su núcleo patéticamente por salvar la vida de un hombre al que consideró hermano, para luego ser abandonado por él? Seguro le diría: «estúpido, estúpido niño, ¿acaso no te lo dije ya? Para qué pierdes el tiempo con él. Nunca podrás ser mejor que él, nunca».

Prefirió aferrarse a ese buen niño, mientras visitaba el salón ancestral tras largos meses encerrado. Encendió los inciensos, con su túnica morada, sin zidian, sin su espada, sin su campanilla. Se inclinó frente a ellos, se quedó sobre sus rodillas; una cola baja apartando el pelo de su rostro. Sin su guan.

—¿Están avergonzados de mí? —preguntó—. Escucharon todo lo que pasó ese día, ¿no? Qué patético hijo tuvieron... ¿Eso están pensando? Perdónenme por no ser suficiente. Lo he intentado... la verdad, lo he intentado.

Apretó sus túnicas moradas, los ojos húmedos brillaron frente al incienso.

—Ni siquiera he tenido la fuerza para proteger a A-Ling. ¿Podrán perdonarme? Lo he intentado. Lo estoy intentando.

Subió sus ojos hacia las tablas memoriales con los nombres de sus padres. Todo lo que pudo rescatar fue un puñado de cenizas.

—Tenías razón, papá, Wei Ying sí entendió los preceptos de nuestra secta —sonrió afiladamente, con la mirada ahora en el suelo—. Los entendió, pero nunca estuvo dispuesto a permanecer en ella. ¿Eso es mejor que yo, qué he dedicado mi vida a levantarla después del ataque de los Wen? Seguro que sí, seguro lo verías con mejores ojos. Lo preferiste, mamá tenía razón en eso. Lo preferiste.

Volvió a subir sus ojos. Esta vez, su atención se quedó prendada en el nombre de su madre.

—Tenías razón madre. No valía la pena aferrarse a él. Lo intentaste muchas veces, pero yo no hice caso, madre. No lo hice. Tenías razón sobre él y sobre mí —inclinó su cabeza—. Él llevaría nuestra secta a la destrucción, él sería una maldición para nosotros y yo... yo nunca podría ser lo suficientemente fuerte para evitarlo. Porque él sería mejor que yo, en todo. En la cultivación, en las armas, en el juego de tiro a los cometas.

Apretó sus puños hasta emblanquecer.

—Tenías razón en odiarlo. ¿Puedes perdonarme porque hasta en eso soy débil? No puedo odiarlo, madre. Me odio por eso.

«Niño tonto».

Escuchó. Sintió una caricia fantasmal sobre su rostro y levantó los ojos, anhelante, mirando el vacío de la ausencia, el humo de los inciensos y las tablillas inmóviles.

Su corazón latió con fuerza, golpeó con cada palpitar a sus costillas, haciéndolas doler. Jiang Cheng se puso de píe anhelando otra vez esa caricia, sin importar si era su mente, quería replicarla una y otra vez.

—¿Mamá? ¿Madre? —sus ojos se anegaron de lágrimas—. Madre, por favor... ¡Mamá! ¡Dime algo! ¡Dime algo!

.

.

.

Muelle de Loto, ese era el destino que le había dicho el inmortal, mientras caminaban a un ritmo calmo. Seguía lloviendo la mayoría de las veces, pero en esa ocasión los árboles se mecían con la brisa húmeda y apenas había señales de una tormenta a lo lejos.

Tres partes de destino y siete partes de valor (MDZS / TGCF)Where stories live. Discover now