Verano de crucios

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El verano fue la estación que menos le gustó a Bellatrix y no se debió al clima (que era fresco e igual de lluvioso que todo el año). El problema era que Durbuy se llenaba de turistas: las casas vecinas que habían pasado el año desocupadas recibían a sus dueños los meses de estío. Aunque la suya era la más alejada de la ciudad, era imposible no cruzarse con algún veraneante de camino a ella. El trato que los primeros recibieron a manos de Bellatrix fue un insulto y un crucio cuando su marido no miraba. Aún así, Sirius sospechó de su mujer cuando vio a un muggle caer repentinamente al suelo entre gritos agónicos....

-¡Bella! –exclamó con un grito ahogado.

-¡Yo no he sido! –respondió ella demasiado deprisa.

-¿Se puede saber por qué le has...?

-Ha pensado cosas soeces al vernos –se defendió con repugnancia.

-Menudo cerdo... -masculló Sirius- Aunque yo también las pienso siempre que te veo –añadió con una sonrisa pícara.

-No las ha pensado de mí.

Sirius se echó a reír al darse cuenta de que él era el objeto de deseo de aquel hombre casado.

-Otro que se pirra por mi superzanahoria... -suspiró- No puedo culparlo.

Bellatrix le dio un golpe en el brazo, pero él tan solo se rio. La bruja sonrió también para sí misma: había logrado desviar la atención de su crucio.

-De todas maneras, peque, tenemos que ser amables. Sé que no los soportas, pero no podemos ser los vecinos raros y que la gente murmure.

-¿Y entonces qué? ¿Les invitamos a probar tu superzanahoria? –inquirió ella con sorna.

-Nah, solo a ti te ha sido concedido tan magno regalo... Les damos los buenos días con una sonrisa y ya está, ¿vale? No hace falta más, lo justo para que no sospechen y no vengan a meter las narices.

-Qué asquerosos, malditos muggles... Voldemort nunca hacía eso, jamás metió la nariz en ningún asunto.

-¡Chiste sobre Voldy desnarigado! –exclamó Sirius celebrándolo- A ver si se me ocurre alguno sobre que no tiene un pelo de tonto...

Ambos rieron, solían hacerlo a costa de Voldemort. Eso no significaba que no siguieran temiéndolo: saber que, de alguna forma, seguía vivo y su espíritu vagaba por el mundo les daba escalofríos. Cada vez que lo pensaban perdían el sueño y las ganas de comer. Por eso consideraban una victoria poder reírse de él, del aspecto que adquirió en sus últimos años cuando su humanidad se resquebrajó por completo.

-Yo estoy segura de que genitales tampoco tiene –apuntó Bellatrix-, se le fueron encogiendo como la nariz y los labios hasta desaparecer.

-Vaaale... Ahora me va a costar meses borrar esa imagen –masculló Sirius-. Pero en cualquier caso, no podemos llamar la atención, peque, ya lo sabes.

Bellatrix reconoció que su marido tenía razón, pero seguía siendo incapaz de tratar con muggles, así que decidieron evitar Durbuy hasta que volviera a despoblarse. Seguían yendo al bosque cada mañana y algunas tardes quedaban con sus amigos, aunque al estar de vacaciones no siempre estaban en la ciudad. Solían ir a la granja, que era el único lugar libre de turistas porque no lo conocían. Lo que ya no hacían tanto era salir con la moto: la gasolina estaba cara y desde que se habían quedado sin poder vender venenos y sangre, sus ingresos eran menores. Y eso que habían desarrollado una técnica que aplicaban en el mercadillo mágico...

-Tenga, caballero, la piel de serpiente que nos pidió la semana pasada –le decía Sirius a un cliente-, la pudimos conseguir tras la muda, ya sabe que si no es ilegal, como el veneno... por muy poderoso que sea...

Cuando todo ardaWhere stories live. Discover now