Capitulo 8

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De pronto Rubén tenía las mejillas más rojas que nunca, las palmas de las manos sudorosas, y unas ganas inimaginables de ir al baño. Iba a explotar en cualquier momento, eso era seguro.

–Rubén, me parece que Vegetta y tú ya se han conocido antes– dijo Merlon, y Rubén sintió como si su corazón fuera a salirse de su pecho.

–¿Eh?– musitó Rubén, con la confusión a más no poder.

–Él te ha salvado del arquero– explicó Merlon, y Rubén no podía más con sus propios pensamientos.

–Me temo que no nos ha dado tiempo de presentarnos, se desmayó justo cuando llegué– habló por primera vez el oji-morado, soltando una inocente risa. Era la risa más angelical que había escuchado Rubén, tal como en sus sueños. Podría escucharlo reír todo el día sin cansarse de ello –Mucho gusto, Rubén– el pelinegro le tendió la mano, y Rubius quedó petrificado al instante.

–I-igualmente... Vegetta– Rubius extendió la mano hacia su nuevo compañero, y al tocarla sintió una calidez tan agradable, imposible describirla con claridad. Ambos se miraron a los ojos por algunos segundos, que parecieron ser eternos para todos en la sala.

–Ejemm, bueno. Ya tenemos que irnos Merlon, gracias por todo. Y bienvenido al pueblo, Vegetta– carraspeó Luzu, mientras palmeaba la espalda del nuevo integrante del grupo. Todos los guerreros se despidieron uno a uno de Rubén, Vegetta y Merlon, hasta que solamente quedaron los tres en la clínica.

–Vegetta, quería pedirte un favor especial. Sé que tienes más conocimientos médicos que el resto de nuestro equipo, así que estaría muy agradecido contigo si pudieras ayudar a Rubius durante su recuperación– dijo Merlon, dirigiéndose hacía el pelinegro.

–Claro, Merlon. Será un placer para mí– aceptó Vegetta, con una amable sonrisa. ¿De que comercial de pasta de dientes se había salido? ¿Y por qué necesitaba cuidados? Rubén no era un bebé, y no es la primera vez que se lastima de esa manera.

Luego de despedirse de Merlon, Rubén comenzó a caminar hacia su casa en las afueras de Karmaland, seguido por Vegetta, su nuevo compañero de equipo.

–Entonces... ¿te llaman Rubius, cierto?– preguntó Vegetta inocentemente, intentando romper el hielo.

–Así es, casi nadie aquí me llama Rubén, así que siéntete libre de hacerlo también– Rubius sonrió, aún algo incrédulo ante todo lo que estaba pasando, todo tan rápido. Vegetta le devolvió la sonrisa al instante –¿Qué te trae a Karmaland?

–Mi pueblo fue devastado– explicó cortamente Vegetta, escondiendo sus manos en sus bolsillos, mirando hacia el suelo –Los Rapitorii, destruyeron todo a su paso.

–Lo siento mucho– dijo Rubén, arrepintiéndose de haber preguntado algo tan delicado.

–No te preocupes. Seguro que el Karma pronto se devolverá en su contra– sonrió Vegetta melancólicamente, aunque con seguridad ante sus palabras.

Rubén le dedicó una sonrisa de consuelo a Vegetta, quien la correspondió con una sonrisa de lado.

–Verás que sí, aquí en Karmaland todos cuidamos de todos, seguro que te llevarás muy bien con el resto del equipo– dijo Rubén.

–¿Tú crees?– preguntó Vegetta, con los ojos llenos de ilusión.

–Por supuesto, estoy seguro de que se mueren por conocerte– afirmó Rubius, sabiendo que cuando tuvieran la oportunidad, todos se abalanzarían hacia él en busca de respuestas.

El ambiente se tornó tenso nuevamente luego de unos minutos, al quedarse sin tema de conversación. Todo era tan incómodo para Rubén, aunque también increíble.

–Me gustan tus ojos– soltó Rubén sin pensar, a lo que Vegetta le miró rápidamente, algo sonrojado –Q-quiero decir, son bonitos, en plan, de un color inusual. Es raro, ¿no?

Vegetta sonrió con diversión al escuchar a Rubén explicarse tan rápidamente que apenas se le podía comprender. Ahora el ruborizado era Rubén.

–Pues gracias, se volvió mi color favorito de hecho– dijo Vegetta, sonriendo ampliamente –Aunque los tuyos no están tan mal, ¿eh? Quizás me empiece a gustar más el verde.

Rubén sonrió, mientras desviaba la mirada, evitando aquellos ojos morados que lo habían hecho ruborizarse más de cincuenta veces en un sólo día. Y apenas se habían conocido.

–Es aquí– dijo Rubén, pisando la entrada de su casa.

Miró fijamente a la retina, y la puerta se abrió de par en par. Rubius entró lentamente, girando sobre sus tobillos para quedar de frente con el pelinegro. Se veía preocupado, ahora que lo notaba.

–¿Pasa algo?– preguntó Rubén, preocupándose al igual que su compañero.

–Es que... tengo que pedirte algo que me da mucha vergüenza– admitió Vegetta, con la mirada fija sobre sus pies –Verás, apenas llegué hoy a Karmaland...

Rubén entendió el mensaje casi al instante. Sintió como si, por un momento, hubiera podido leer los pensamientos del de ojos morados.

–¿No tienes dónde quedarte?– Vegetta asintió lentamente, sin despegar los ojos del piso, con clara vergüenza –Puedes quedarte conmigo, si quieres.

–¿Dejarías que me quede contigo por unos días?– preguntó Vegetta, emocionado de tener un nuevo amigo.

–El tiempo que tú necesites– respondió Rubius amablemente, dejando pasar a su nuevo compañero hacia su casa. No tenía nada de malo ni raro comportarse tan amablemente con el pelinegro, ¿no?

Sólo espera no encariñarse mucho con el nuevo miembro de Karmaland.







En mis sueños (Rubegetta) Where stories live. Discover now