Tres.

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Cruz elevó la vista al cielo estrellado un momento y volvió a bajarla

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Cruz elevó la vista al cielo estrellado un momento y volvió a bajarla. Metió el pincel en la pintura azul, después en la negra y empapó el lienzo frente a él, haciendo espirales. Me quedé hipnotizada mientras admiraba el movimiento de sus dedos contra el mango del pincel, la forma en que las venas de sus brazos se marcaban debajo de la piel, su mandíbula tensa por la concentración... Entonces, sus ojos negros hallaron los míos.

—¿Sucede algo?

Negué. —Solamente estaba pensando.

—¿En qué? —Se levantó de su sitio para tomar asiento frente a mí.

—En todo. En nada. No lo sé. —Respondí. Y un poco cohibida por su mirada, clavé la mía en el suelo como si fuera lo más interesante del mundo y empecé a arrancar pastitos.

Cruz soltó una risita entre dientes. Se notaba que sabía perfectamente que estaba mintiendo, a pesar de que no dijo nada al respecto.

Para entonces, él tenía 15 y yo 12. Era de los pocos chicos que, a esa edad, estaban tan desarrollados que parecían mayores. No sólo en su físico; sino, también, en su forma de admirar el mundo. Aunque claro, eso no borraba la realidad; que sólo era un adolescente de 15 años.

—¡Cruz!

Los dos nos giramos hacia la pelirroja que apareció de repente. Saltó la cerca de madera que separaba la casa de Cruz del resto y se acercó con una sonrisa enorme. Me comenzó a doler el estómago; era su novia. Tenía las partes del cuerpo del tamaño adecuado y los ojos de un precioso color ámbar. Eso, a mi edad, me hizo querer morir. Me crucé los brazos por encima del pecho para cubrir mi falta de atributos. Nadie me había dicho, ni yo sabía, que a los 12 años eso no debería haberme importado tanto como lo hizo.

El mencionado se puso de pie, le rodeó la cintura con los brazos y le dio un beso en los labios. No pude evitar quedarme mirando, y quizás fue algo bastante insano, pero me era imposible ocultar la curiosidad. Aún no había dado mi primer beso. Cada día me preguntaba cómo se sentiría.

—No te molesta quedarte sola. ¿Verdad, enana? —Cuestionó Cruz y tardé en darme cuenta de que me estaba hablando a mí. Dije que no con la cabeza, lo cual lo hizo sonreír, y eso fue un pequeño consuelo para mi corazón adolorido. —Eres la mejor. Nos vemos más tarde. Te dejé sopa en la olla.

Se dio la vuelta, de la mano con su pareja, pero en un instante se giró otra vez y me miró. Fue idiota la manera en la cual el corazón se me aceleró y tuve miedo de que pudieran escucharlo, al compás de los grillos, el croar de los sapos y el leve revuelo de las copas de los árboles causado por la brisa nocturna.

—Por favor, no olvides no decirle nada a tu hermano. Si lo prometes, te guardaré las mejores fresas de la cosecha. —Prometió con tono divertido.

—Lo prometo. —Me limité a susurrar y forcé una sonrisa. Su semblante se torció, como si hubiera notado la falsedad en el gesto, aunque terminó por inclinar la cabeza a modo de saludo y me dejó sola en medio del jardín, abandonada como el lienzo que reposaba a mi lado.

Somos galaxias [PAUSADA] ©Where stories live. Discover now