Capítulo XI

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En la década de los ochenta, la edad de oro del terrorismo, se habían establecido unas normas estrictas que entraban en vigor en el momento de producirse un secuestro que tuviese relación con cualquier miembro del congreso. Justo hoy en día, era  protocolo.

Así que, a las 2:45 de la madrugada, el agente especial que estaba al mando  de la delegación del FBI en Memphis informó a la sede central de Washington que la única hija de la senadora Ruth Martin había desaparecido.

Un cuarto de hora después, a las 3:00, dos furgonetas sin identificación salieron del húmedo garaje subterráneo de la Delegación de Washington, Buzzard's Point. Una de ellas se dirigió al edificio del Senado, donde unos técnicos colocaron dispositivos de grabación y monitores de imagen en los teléfonos del despacho de la senadora Martin, así como un interceptador en las cabinas públicas más próximas a la oficina de la senadora. El departamento De Justicia despertó al miembro de menos rango de la Comisión del Servicio de Información del Senado dando así cumplimiento al Requisito de comunicar oficialmente la interceptación telefónica.

El segundo vehículo, una «furgoneta detective" dotada de cristales de espejo y equipo de vigilancia, quedó estacionada en la Avenida de Virginia para cubrir la fachada de Watergate West, la residencia de la senadora Martin en Washington. Dos de los ocupantes de la Furgoneta entraron en ella para instalar monitores de imagen en los teléfonos privados de la senadora.

Jack Crawford había salido de su casa de Arlington y conducía hacia el sur cuando a las 6:30 de la mañana el teléfono del coche sonó por segunda vez en dos minutos.

Will Graham odiaba los murmullos constantes a su alrededor. Desde ese día, cuando Launds lo logro fotografíar, sus compañeros de la Academia solían lanzar miradas a su dirección y murmurar sobre él.

Era como estar de regreso en la maldita secundaria. Su humor no fue mejor con el tedio del día de conferencia, sobre todo cuando la Doctora Bloom lanzaba miradas de aprehensión en su dirección

No que pudiera culparla, Will soñó de nuevo con un ciervo de plumas que se convertía  en un ser de piel negra como el alquitrán, con pupilas blancas y largos cuernos. El ser parecía hambriento, con las costillas sobresaliendo y sus garras flexionándose como si deseara enterrarlas en Will. 

A las siete de la tarde ya había logrado escapar de Quantico, regresando a su hogar. Dio de comer a Winston y estaba a punto de comenzar una nueva mosca cuando un mensaje brillo en su anticuado celular.

Ve el noticiero.

Will gruño al darse cuenta del número. Era Crawford

El Secuestro de la hija de la senadora Martin no encabezaba las  Noticias pero era la primera después de las conversaciones de desarme de Ginebra.

Proyectaron imágenes filmadas en Memphis, empezando por la del letrero de Stonehinge Villas, tomada a través de la luz giratoria de un coche-patrulla. Los medios de comunicación ordeñaban la noticia y,  con pocas novedades que difundir, los informadores se Entrevistaban unos a otros en el aparcamiento de Stonehinge. Los altos cargos policiales de Memphis y del condado de Shelby, por falta de costumbre, agachaban la cabeza para hablar a las hileras de micrófonos. En un caos de gritos y codazos, destellos de objetivos y grabaciones de sonido, enumeraban las cosas que ignoraban.

Graham hizo una mueca cuando vio el cabello rojo sangre de Launds.

Cada vez que un investigador entraba o salía del apartamento de Catherine Baker Martin, los fotógrafos se inclinaban y retrocedían, colisionando de espaldas con las cámaras de televisión.

La cara de Crawford apareció unos instantes en la ventana del apartamento. Will se dio cuenta de la tensión en sus hombros que trataba de ocultar con esa postura suya, en la que daba la sensación de ser más ancho que el resto.

Apareció la senadora Ruth Martin, que salió en directo con Peter Jenkins. Luego quedó sola, en el dormitorio de su hija, en el que había un banderín de la universidad Southwestern, carteles con el retrato de Wile E. Coyote y la Enmienda de la Igualdad de Derechos en la pared situada a sus espaldas.

La senadora era una mujer alta, dueña de una cara de pronunciadas facciones y rasgos vulgares.

Will escucho cada palabra, noto cada giro de su boca y gesto. Crawford la asesoro bien. Es muy probable que Bloom tenga también algo en eso.

Usar la humanización para poder mantener a su hija viva. Era una lastima que Bill no pudiera tomar el anzuelo.

La mente de este niño está rota, Will. Buscando encontrarse... sal mariposa, sal...extiende tus alas... muestra tus colores...

En la pantalla apareció una entrevista grabada varias semanas antes con la Doctora Bloom.

La doctora Alana Bloom se negó a comparar a Buffalo Bill con Francis Dolarhyde o Garrett Hobbs, o con cualquiera de los asesinos conocidos a través de su experiencia profesional.

También se negó a usar el sobrenombre de «Buffalo Bill". La verdad es que no dijo gran cosa, pero de todos era sabido que era una eminente experta en la materia.

Emplearon sus últimas palabras para concluir el reportaje: «No podemos amenazarle con nada peor que su propia realidad, esa realidad a la que tiene que enfrentarse cada día. Pero lo que sí podemos hacer es rogarle que acuda a nosotros, porque estamos en condiciones de ofrecerle tratamiento y ayuda. Sobre este punto quisiera subrayar que nuestro ofrecimiento es incondicional y fruto de la más absoluta sinceridad.»

Ayuda, buena falta nos hace a todos... Nos vendría  bien un poco de ayuda. Me encanta esa palabrería relamida y facilona. ¿En total qué ha dicho? Nada... ¿Crees que ha hecho algo para nuestro niño, Will?

El acento profundo de su mente no era su voz... ¿Cuándo comenzó a escuchar sus pensamientos con la voz del Doctor Lecter?


La ira del corderoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang