11. Demonios

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—Mamá, no te vayas. — Santi me observaba impaciente fuera de su sala de clases, esperando una respuesta de mi parte.

—Tengo una reunión con tu profesor Soto, no puedo cariño, ¿pero otro día sí, vale?

Sabía que no era tonto, y Santi me observó enojado, el pequeño aun me seguía haciendo el mismo berrinche cada vez que lo llevaba al colegio.

— Me prometiste que ibas a entrar a clases conmigo algún día.

—Sí, pero hoy no puedo. — iba a decirme algo más, pero al ver que ya iban a cerrar la puerta de su clase no dude en acercarlo a esta. — Tengo que irme, pásalo súper bien hoy y después nos tomamos un helado cuando llegues a casa, ¿si?

Sonrió enseguida emocionado, y ni siquiera tuvo que responderme, caminando con su mochila en la espalda que debía de ser de su tamaño, y entro feliz a clases.

Sabía que el helado nunca fallaba.

Me dirigí a paso rápido a la sala de profesores, como habíamos empezado el año hace poco era la reunión común que hacían los profesores de su escuela para conocer a los padres, y hoy me había tocado a mí.

Toque la puerta y me alise con las manos la blusa celeste que me había colocado, no es que me preocupara mucho ir bien vestida, pero me gustaba parecer una madre responsable y puntual cuando debía serlo.

Escuché unos pasos acercándose a la puerta, y abriéndola, encontrándome con un hombre de unos treinta años seguramente recién cumplidos, el cabello oscuro, muy similar al mío, y de traje.

Como estaba más que familiarizada con poder saber el estilo de un hombre con solo ver su vestimenta, de inmediato lo analicé, tenía un traje no costoso, pero tampoco el más barato del mercado, en realidad debía ser las marcas comunes que eran relativamente accesibles para su sueldo, no llevaba corbata, y tenía el primer botón desabrochado, seguramente por el calor que hacia estos días.

—¿Carla Licci? — noté que estaba algo sorprendido, y no lo culpaba, siempre me confundían con la hermana mayor de Santi, y es que tener veinticuatro años con un niño de esa edad, parecía absurdo para muchos.

— Sí, un gusto. — le saludé con un apretón de manos, a lo que este noté que me observó un momento sin saber muy bien que decir.

— Nicolás Soto, un gusto también.

— Santi me ha hablado muy bien de ti. — pude decirle en un intento de que saliera del trance, y de inmediato se recompuso.

— Sí, es muy buen alumno. — de inmediato me hizo un gesto para que entrara a la sala, y note que no había ningún otro profesor ahí. — están todos en clases, seremos nosotros dos si no le incomoda.

— Para nada.

En realidad, me sorprendí de que no tuviera una oficina para él solo, pero de lo que había sabido por otras madres, al parecer era un profesor nuevo en el colegio.

Nos sentamos en dos sillas que había junto a la mesa grande del centro de la sala, y me ofreció un café, a lo que asentí, tenía un dolor de cabeza horrible a pesar de haber dormido más de lo que acostumbraba.

— Bueno puede decirme Nico si prefiere, en realidad no soy muy de formalidades.

Me sonrió, y debía admitir que tenía su atractivo.

No supe que decir, así que asentí con mi cabeza de acuerdo.

— Preferí hacer reuniones con cada padre por separado, así poder hablar personalmente de cada uno de sus hijos, y quería decirle que Santi es un muy buen chico, en realidad uno de los mejores de la clase.

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