0

137 28 14
                                    

★

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La bestia, o lo que fuera, rugió.

El hombre tropezó con la raíz de un árbol, cayó y miró sobre el hombro. El rugido se escuchó fuerte, no podía estar tan lejos. Trató de levantarse rápido, pero sus dedos se resbalaban sobre el lodo y sus piernas no paraban de temblar. Demoró lo que percibió como una eternidad, estaba convencido de que ese esbirro del infierno se encontraba cerca.

No iba a morir ahí, se dijo, no se convertiría en otra muerte más del oso rabioso, león o lo que sea que lo estuviera persiguiendo. Él no. Regresaría a casa, con su familia y al día siguiente iría al aserradero a trabajar. Olvidaría esa fatídica noche en que decidió cortar camino por el bosque para llegar más rápido con su mujer.

Debió tomar el camino largo, se reprendió sin parar de correr. O, mejor dicho, debió serle fiel a su mujer... ¡Todo era el karma!

Apretó los dientes cuando una rama lo abofeteó y provocó un corte profundo en su mejilla. La sangre resbaló sobre su piel perlada de sudor que minutos antes fue atendida por la mujer de otro hombre. Una pequeña aventura, solía decirse, nada que pudiera provocar verdadero daño. Su esposa nunca se enteraría, jamás sabría que se acostaba con otra mujer cuando mentía con horas extra de trabajo.

Esa noche se demoró un poco más. Su cuerpo lo traicionó, no pudo resistir volver a perderse en los muslos frondosos de aquella mujer. Su esposa ya había enviado varios mensajes a su celular, preguntaba si lo esperaba para cenar y mirar la película que prometieron a sus hijos.

Él se sintió asqueado de sí mismo cuando leyó aquellas palabras al abandonar el lecho ajeno. Debía apresurarse, cortar camino, mas no se imaginó que verdaderamente existiera una bestia al acecho. Era de los que consideraban que todo se trataba de un truco publicitario para atraer gente a la isla o un asesino serial al que podría romperle la cara sin problema alguno; es decir, él era un chico rudo, no una presa fácil de matar... o eso pensaba.

El lodo hundiéndose bajo sus pies y el bosque nocturno que parecía no tener fin lo hacía sentir como un conejo corriendo despavorido.

La oscuridad se rompió. Divisó el alumbrado público de un parque al final del bosque. El alivio lo hizo parar de correr y mirar hacia atrás; notó que todo era absoluto silencio. La bestia se había rendido, ¡se rindió!

Una sonrisa victoria se dibujó en su rostro por debajo de la abundante barba pelirroja. Era obvio, reflexionó, tal y como pensó, él era un chico rudo curtido a base de horas y horas en el aserradero; su condición física era mucho mejor que la de cualquiera de las otras víctimas...

¡Y la anécdota que sería narrar cómo la bestia quiso matarlo y no pudo! Las mujeres se abrirían de piernas al escucharla. Sólo tendría que modificar algunas partes de la historia para no levantar sospechas con su mujer.

Apresuró el paso. Su alivio aumentó cuando notó a una mujer en el límite del bosque. Además, ese parque feo era el que se encontraba cerca de la casa de la dueña de la cafetería, pediría ayuda. Claro, sólo necesitaba organizar un poco sus ideas para no meter la pata con una mentirilla piadosa.

—¡Oye! —gritó.

La mujer ya no estaba ahí.

Frunció el entrecejo, ¿cómo era posible? Un segundo estaba ahí y al otro no, ¿acaso fue una ilusión?

De repente, percibió una mirada sobre él. Se detuvo en seco, con el límite del bosque a tan solo unos pasos, y echó un vistazo alrededor. El silencio persistía, mas no se sentía solo.

Inhaló hondo, calculó cuánto le tomaría correr hacia la casa de la señora de la cafetería, podría hacerlo en menos de dos minutos. Apretó los puños, flexionó un poco las piernas y propinó tres largas zancadas.

Su cuerpo se quedó estático. Sin embargo, él podía ver su alrededor girando y girando; el suelo, el parque, los árboles, el cielo cubierto de estrellas y... ¿qué era eso? ¿la bestia? No podía enfocarla bien, su visión comenzaba a nublarse, aunque distinguió que su propio cuerpo permanecía anclado al suelo, al menos del cuello para abajo mientras su cabeza giraba por los aires y la sangre emanaba a borbotones.

Quiso pensar algo más, tener un último pensamiento memorable, pero ni pudo recordar el rostro de su mujer o sus hijos.

La cabeza cayó al lado del cuerpo. Sus ojos se apagaron por completo y el bosque, como único testigo de la matanza, decidió callar.

El secreto de la noche [PAUSADA]Where stories live. Discover now