5. Culpables e invitaciones

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Leslie temblaba de pies a cabeza mientras permanecía rezagada atrás de la barra. Doris y yo nos habíamos hecho cargo de todo; sin embargo, no comprendíamos cómo Betsy la convenció de trabajar.

La chica lloró durante el desayuno entero y luego mientras mi tía le soltaba una plática motivacional sobre no dejarse vencer por los miedos. También agregó el «No eres la culpable, Leslie». Y era verdad, pero necesitabas lamer tus heridas antes de lanzarte al ruedo; yo mejor que nadie lo sabía.

No pude evitar recordar las miradas de todos mis compañeros en la universidad una vez que se soltaron los rumores sobre Scott. Mis «amigos» dejaron de hablarme, ¿cómo iban a apoyar a la hermana de un violador? Caminaba sola por los pasillos, comía en una mesa del rincón de la cafetería y recibía constantes amenazas anónimas en las redes sociales o el celular. No me importaba, estaba convencida de que mi hermano era inocente y que pronto limpiaríamos su nombre. Me mantuve fuerte por eso, luego todo se fue al demonio.

Leslie era objeto de escrudiño público no sólo por los lugareños, sino también por los periodistas que bebían un café como excusa para hacerle fotografías a escondidas. Fue suficiente cuando uno de éstos se detuvo frente a la barra y olvidó desactivar el flash de la cámara de su celular; nos deslumbró a las tres. Doris tomó a Leslie por los hombros y la llevó a la parte trasera de la cafetería, donde se encontraba la bodega; regresó unos minutos después.

—Qué mierda —espetó con enojo y paseó la mirada sobre la abarrotada cafetería—. Está peor que cuando hay una muerte.

—Pues es que a Leslie pueden fotografiarla —musité mientras limpiaba la barra—. No pararán.

—Todo por ese imbécil que publicó aquello —suspiró Doris—. Me pregunto quién fue.

Abrí la boca para responder, pero el sonido de la campanita en la puerta me ganó. De todas formas, el responsable estaba ahí luciendo como un Brad Pitt hípster.

Doris lo atendió, desconocía que el responsable era Dean. Yo me limité a mirarlo con ojos afilados y a responder con una mueca su «buenos días».

Dean no fue tonto, firmó con un pseudónimo. Me pareció que usaba su nombre real para algunos artículos y el apodo para aquellos que podrían resultar peligrosos o conflictivos. No era que alguien en la isla fuera a matarlo por el artículo, pero sabía que los lugareños, pese a que eran chismosos, también lo señalarían por exponer de esa forma a Leslie y eso perjudicaría sus reportajes sobre las misteriosas muertes.

—Fue él —avisé a Doris cuando terminó de cobrar a un par de chicos—. Dean.

—¿Fue él qué?

—El que escribió ese reportaje sobre el señor Carter.

Doris abrió mucho los ojos y miró a Dean, estaba sentado casi al fondo con sus audífonos y la computadora en la mesa.

El secreto de la noche [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora