-CAPÍTULO XXIX-

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Shchenok

𝐋𝐞𝐚𝐧𝐝𝐫𝐨:

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𝐋𝐞𝐚𝐧𝐝𝐫𝐨:

«¡Eres mi mejor amigo!»

La primera vez que viví, que realmente supe que no podía morir después de miles de intentos de suicidio, fue el verano del 98.

Me lancé de picada desde un precipicio a un lago, pensaba que de verdad lo lograría...Acabar con esto. Pero él tuvo que salvarme. Ese maldito norteamericano tuvo que salvarme y obligarme a vivir, su existencia me nerva hasta ahora.

«¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!»

No debería arrepentirme de todo lo que le hice, aún así, siempre escucho sus gritos, su llanto, su maldita amabilidad altruista. No éramos tan diferentes antes, yo era un esclavo francés, y él, un esclavo norteamericano.

Yo hice lo posible para sobrevivir, sin importar las consecuencias, me mantuve de pie, y nadie me iba a desmerecer ese logro por algún tipo de humildad o empatía estúpida.

—Es increíble que tengamos en nuestras manos al pequeño pichón del jefe Aryx —un tipo susurra cerca de mi rostro —, o bueno, de pequeño ya no tiene nada, ¿no es verdad, primo? —Le hizo una señal con la cabeza a otro sujeto.

«Estos malditos...»

«Son soldados de Alcor.»

Me detengo a mirar mi alrededor, el cielo a través de las ventanas e ignorando las habladurías de los tipos que aparentemente pensaban matarme.

Habrán pasado de diez a veinte horas que supuestamente estuve inconsciente, ya que estamos en el hemisferio norte y se necesitan más horas para salir del maldito país en carro, la puesta de sol me indica que deben ser las siete de la mañana.

—¿No deberían llevarme con Alcor? —Pregunto con tranquilidad, llamando la atención de los hombres.

El que estaba lejos, se cargó con un gesto de rabia, agarrando mi cabello y halándolo con fuerza desde atrás. —Sí, pero decidimos divertirnos un rato —masculla molesto, acariciando mi cuello con un cuchillo para nada limpio —. Dicen que fuiste huérfano, igual a nosotros...

—Igual a Louis —agrega el otro, agarrando mi mentón y apretando con fuerza. ¡Ah! Así que, se trata de eso, supongo que Elliot también está detrás de esto... O tal vez, Anton —, dime, ¿también estuviste en el cuarto de juegos?

Trato de mover mis manos, pero estaba completamente atado a la silla, todo mi cuerpo atado con sogas. Suelto una risa por inercia, curiosa la situación en la que me encontraba, pocos tenían el valor de enfrentarme, a menos que fuera el maldito de Russo.

NUESTRA CONDENA © COMPLETA / EN EDICIÓNWhere stories live. Discover now