Capítulo 12 parte B

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Candy seguía rodeada de gentes, pero amistosamente hablaba con uno solo.

Con ese que nunca se apartó de su lado, y el cual le aconsejaba "No temer" ya que...

— Estás en casa, Candy.

— Pero, y él?

— Ya viene en camino. Pronto va a estar contigo.

— ¿Y tú? — preguntó una angustiada ella.

— Lamento decir que desapareceré.

— Pero, Anthony — chilló la pecosa.

Además, ella ni idea tenía de lo mal que estaban sus espectadores, principalmente Archie, que tuvo que alejarse de ahí para exclamar el dolor que le causaba verla así, tan perdida, tan extraviada, tan...

— Ni se te ocurra decirlo — aconsejó George una vez que fuera a su lado.

— ¡¿Pero es que no la ves?!! — bramó Cornwell debido a su frustración. — Candy, mi querida Gatita, está...

— ... viva, es lo que importa ahora.

— No creo que ellos lo soporten.

— Tendrán qué, para ayudarla a salir de su trance.

— Pues confiaré que él pueda hacerlo.

— ¿Lo dudas? — ironizó Johnson. — Ella lo ama; y tal parece que aún en su estado, lo sigue haciendo.

— Sin embargo y conociendo a Granchester, no le causará gracia saber con quién habla Candy...

— Te aseguro que se lo agradecerá, por haber sido todo este tiempo su ángel guardián.

— ¿Papá? — llegó a interrumpir el hijo mayor de Archie. — Ella quiere una dulce rosa Candy.

Con el dato compartido, tanto George como Archie miraron hacia ella, la cual ya iba en una dirección, sorprendiéndoles a dos, que Candy supiera muy bien dónde encontrar aquella creada y hermosa flor, y oyendo ella de su creador:

— Recuerda que siempre viviré contigo. Lo haré cada vez que esas rosas florezcan.

— Sí, siempre lo tendré en mente.

— Eso me hace feliz. Sélo, Candy. Sé feliz a partir de hoy.

Asintiendo con la cabeza, la mano de la pecosa se extendió hacia un botón; y estaba por tocarlo cuando... fuertes pisadas comenzaron a escucharse.

Los que la siguieron, atendieron ese llamado.

Ella no.

Simplemente, su corazón comenzó a acelerarse, plus un escalofrío se hizo presente, haciéndose más constantes cuando todo atrás de ella se quedó en silencio.

Pasados unos instantes, Candy dejó su objetivo para ir girándose a otros que la miraban con ojos verdaderamente sorprendidos, estáticos, mudos y resollando fuertemente, siendo la primera reacción de ella, al distinguirlo entre todos los conglomerados.

— ¡TERRY! — la pecosa gritó con todas sus fuerzas; no obstante, no supo hacia dónde correr.

Un rubio y dos castaños, estaban frente a ella.

El primero no era a quien esperara, lo estaba entre el segundo y el tercero, pero éste lágrimas ya derramaba, y el que no, a ese precisamente se dirigieron.

Mylo sonrió de verla ir hacia él; sin embargo, Candy, al estarlo analizando, su corazón disminuyó su latir.

Sabía que era parte de ella, pero... algo faltaba para estar plenamente segura; y para saberlo, no tuvo de otra sino que cuestionar:

— ¿Qué... edad tienes?

— Quince — respondió el chico consiguientemente de haberse aclarado la garganta.

— Quince — repitió vagamente ella; y al que yacía a lado de Mylo y lucía a punto de flaquear, Candy le preguntaba:

— ¿Esa edad tengo yo?

Una cabeza negó; y aunque dos pares de ojos tenían similares iris, el del vecino llamó su atención.

Lentamente, ella fue acercándose; y al estar frente a frente una vez más, la dulce voz de ella se escuchaba:

— Terry. Tú eres al que buscaba y deseaba volver a ver.

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