19: Solos

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Faltaba cada vez menos para que las clases comenzaran, y los preparativos debían realizarse. Miles de cosas tenían que estar listas, y el estrés ya era perceptible en el ambiente.

Sean llevaba una expresión alicaída, claramente la cercanía del año escolar representaba un rudo golpe para él.

Pasé a recogerlo, tenía la intención de disfrutar a su lado cada minuto que el verano pudiera ofrecer aún. Estábamos conversando en el jardín delantero de su casa cuando la puerta principal se abrió desde dentro.

Nora, elegantemente vestida, salió por ella. En uno de sus brazos llevaba un bolso de grandes asas, con numerosos cierres en toda su superficie; en el otro llevaba firmemente agarrada la muñeca de Julius, el hermano pequeño de Sean.

—Está todo listo. Estaremos en el centro haciendo las compras necesarias para el comienzo de las clases. Tu abuelo nos llevará en el auto —depositó un enorme beso en la mejilla de Sean; para luego depositar uno igual en la mía—. Se me cuidan, niños; y se portan bien.

Se alejó despidiéndose con la mano de la que aún colgaba su bolso, mientras arrastraba consigo a Julius hasta el auto.

Yo debía acercarme a la oficina de correos para enviar los documentos requeridos para la beca. Sean se ofreció a acompañarme y nos encaminamos hacia allí con pasos mesurados.

—No puedo creer que te vas —soltó de repente.

—Yo tampoco puedo creerlo.

—No es justo.

Lo miré con cierta sorpresa, por lo que se corrigió, diciendo:

—Ya sabes a qué me refiero. Por fin estamos juntos y ya debemos separarnos.

“Juntos”, pensé.

—Hey, ya no estaré ahí para golpearte, mis puños descansarán un poco —bromeé—. Seguro que unas cuantas personas se sentirán aliviadas de que yo ya no asista a esa escuela.

Sean hizo un intento de risa, que terminó en un suspiro.

—Es sólo que quisiera poder pasar más tiempo contigo —continuó—. Creí que iríamos juntos a la escuela, nos sentaríamos juntos en el almuerzo y ese tipo de cosas. Estaba algo emocionado, de hecho; pensé que iba a ser un año en el que la escuela no sea tan mala para mí.

—No será tan malo. Ahora somos amigos: es mejor tener un amigo, aunque sea a distancia, que no tener ninguno. No te lo he dicho, pero mi vida ha mejorado mucho desde que entraste en ella. Haces que me sienta mejor… con respecto a muchas cosas —y murmuré algo que llevaba demasiado tiempo escondido en el corazón—: así como mi vida mejoró cuando otras personas dejaron de formar parte de ella.

—¿Hablas de tus padres, no es así?

Asentí con la cabeza, con movimientos lentos.

—No has hablado mucho de ellos.

—No hay nada de qué hablar, nunca han querido ser parte de mi vida. Es… complicado.

—Lo entiendo —levanté la mirada hacia él—. Quiero decir que las relaciones con los padres siempre lo son. Mira, no puedo saber cómo se siente el tener unos padres como los tuyos, es obvio; sólo sé lo que es tener a los míos, lo cual tampoco es algo agradable, créeme. Mis padres siempre están presionándome, nunca alcanzaré sus elevadas expectativas. Es por eso que a veces siento celos de Julius, él es más pequeño y no debe cargar con estas cosas; no es el mayor, el cabecilla de familia, el ejemplo, el destinado a traer honor a la familia, a sacarla adelante. Lo cierto es que yo no quiero ser como mis padres, tan enfocados en el éxito económico que terminaron por perderse el uno al otro, y de paso a sí mismos; yo quiero ser como mis abuelos, si más personas fueran como ellos el mundo sería un lugar más agradable para vivir. En eso es en lo que trabajo ahora, quiero dejar de ser tan egoísta como solía ser, quiero convertirme en una mejor persona, como ellos. Sin embargo —continuó—, hasta que crezca y sea libre del yugo de mis padres la presión seguirá ahí, no importa cuánto trabaje para subir mis notas, no importa cuánto me esfuerce, nunca será…

Dudó un segundo.

—Suficiente, sí —lo completé—. Eso es exactamente lo que siento, pero por motivos opuestos. Mis padres nunca esperaron nada de mí, llevan suponiendo que no tendré éxito en nada de lo que intente prácticamente desde que nací. No importa qué haga, siempre seré un fracaso para ellos —y luego confesé, más a mí misma que a Sean—: no importa cuánto pretendan alejarse de mí, siempre llevaré conmigo una parte de ellos, siempre existirá en mi interior una voz que repita que no soy suficiente.

—Eres brillante, Mads. Lograrás lo que te propongas —dijo con sinceridad.

Miré el sobre de papel que tenía en las manos. Dentro descansaba el ensayo que con tanto esfuerzo había preparado.

—¿Crees que es por ellos? ¿Que todo mi trabajo duro… esta beca… todo esto es por ellos, para demostrarles a ellos que sí puedo hacerlo?

—No lo sé —respondió Sean—. Pero si la respuesta es sí, pues no debería. Piensa por un momento en ti, nada más que en ti; pregúntate a ti misma ¿este nuevo instituto te hará feliz? ¿Es esto lo que quieres?

Hice lo que me decía, olvidé todo lo demás, pensé sólo en mí misma. Me imaginé estudiando en ese lugar, leyendo buenos libros, redactando ensayos, asistiendo a clases, recibiendo mi diploma.

—Sí, me hará feliz, me hará muy feliz. Esto es lo que quiero hacer, por mí.

—Entonces eso es todo lo que importa.

Al llegar a la oficina de correos, nos dirigimos a la pequeña fila de buzones. Mi paquete ya llevaba una estampilla, pero mi mano temblaba ante la idea de depositarlo en el buzón. Una reducida cantidad de personas se fue amontonando gradualmente a mis espaldas, a la espera de enviar sus cartas y paquetes. Yo me mantenía allí, completamente inmóvil. No sé lo que esa gente debía pensar de mí: que era tonta y no conocía el funcionamiento de un buzón, o quizás que tenía un extraño sentido del humor y estaba jugándoles una broma.

Ellos no podían conocer la batalla que se libraba en mi cabeza, no podían saber que allí mismo estaban las dos cosas más importantes para mí: mi futuro, materializado en un ensayo de cinco páginas envuelto en papel color madera; y la única persona a la que he amado, quien esperaba pacientemente a que tome una decisión.

—Puedes hacerlo —me animó.

El sobre se deslizó desde mi mano y cayó al interior del buzón con un ruido suave.

Una lágrima rodó por mi mejilla, y luego la siguieron una docena más. Hacía mucho tiempo que el llanto no llenaba mis ojos; y ahora estaba sucediendo en público, en nada menos que en una oficina de correos. La imagen no podía ser más ridícula.

En un impulso, los brazos de Sean me envolvieron y pude sentir la calidez que emanaba de ellos. Esto es lo que necesitaba, esto es lo que se sentía el que alguien estuviera ahí para ti.

Nos abrazamos durante una eternidad, nuestro primer abrazo.

Eventualmente, fuimos interrumpidos por una pequeña multitud de personas que se mostraron sumamente enojadas ante el hecho de no poder acceder al buzón; por lo visto enviar un paquete es algo serio, más serio de lo que parece.

Todo Va A Estar Bien  [Completa]Where stories live. Discover now