Carta 4

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Querida Maite:

No creas que te voy a perdonar fácilmente que me dejaras la historia de tu retrato a medias para irte a hacer la compra. ¿Acaso las baguettes son más importantes que yo?, ¿es que una crême brûlée me va a dejar sin saber lo que ocurrió con Ángela? Te juro, Maite Zaldúa, que me cobraré muy caro estos días de intriga cuando volvamos a vernos.

Por favor, continúa con la historia donde la dejaste, y no tardes. Tus cartas me son más necesarias que el alimento en estos días.

Tuya, Camino

Querida Camino:

¡Qué feliz me hace notar que tu ánimo ha mejorado! Añoro bromear contigo, y que te rías de mis intentos de formalidad. Eres hermosa siempre, pero nunca he sido más feliz que cuando reías en mis brazos. No te preocupes, que continuaré con la historia donde la dejé, ya que es ahora cuando empieza a ponerse interesante.

Como te dije, pasé un par de días muy nerviosa, esperando el veredicto definitivo sobre mi obra: el de Ángela. La aprobación de Elena era importante, pero yo ejercía un indudable magisterio en temas artísticos sobre ella, de forma que su opinión no era objetiva. Yo quería saber si el retrato había agradado a la modelo, por el doble motivo del que te hablé: adular mi vanidad artística, y conseguir un acercamiento con una persona que me resultaba misteriosa y fascinante, aún desde su rutinaria vida.

Por esas altas expectativas, sentí como si me cayera un jarro de agua fría encima cuando vi la cara de Elena en la siguiente clase. Aunque intentó convencerme de lo contrario, no pudo negarme que la reacción de su madre no había sido la esperada, y el retrato, en lugar de gustarle, parecía haberle molestado o entristecido más que otra cosa. Aludió también al disgusto de su padre, al que yo aún no conocía.

Me sentí decepcionada conmigo misma, una impostora que pretendía dárselas de artista, y no pude pintar ni un trazo en toda la tarde. Rechacé la invitación a merendar, pero seguí rumiando el fracaso de mi talento. Poco a poco, el orgullo me hizo rebelarme. ¡Mi retrato era excelente!, o al menos digno, y no merecía el poco aprecio que al parecer Ángela le había dispensado. Y, en el peor de los casos, si es que se había sentido molesta por mi obra, quizá debiera disculparme. Al fin y al cabo, la había retratado sin contar con su consentimiento, aunque para mí había sido mucho más que el simple objeto de un ejercicio de clase, y me había entregado por completo a la tarea de comprender a mi involuntaria modelo.

Impulsada por estas ideas, sí que acepté la invitación que se repitió dos días después. Ángela me recibió como siempre, con una suave amabilidad distante que te hacía sentir cómoda, pero no agobiada. Charlamos y merendamos como siempre, pero cuando Joaquín reclamó de nuevo que lo acompañáramos en sus juegos, me las apañé para hablarle en un aparte.

-Me dijo Elena que no le gustó el retrato que le regaló por su santo.- ¿creerás que la voz me temblaba?, pero hice un esfuerzo por mirarla a los ojos.

Ángela mantuvo mi mirada con una viveza poco habitual, que le restaba años y le sumaba inteligencia, y un relámpago de comprensión atravesó sus ojos, que solían tener un tono acuoso, apagado.

-Fuiste tú... Tú pintaste ese retrato.- su rostro se relajó tras el momento de tensión, y pareció hasta alegre. – Mi hija me dijo que me lo había dibujado ella...

-No quería descubrir a Elena... Me pidió el favor porque pensaba que era un dibujo difícil para ella, y quería que quedara bien. Pero me dijo que no le había gustado. ¿Por qué? ¿No cree que es un buen retrato?- recuerdo que la voz apenas me salía del cuerpo al preguntarle esto, temerosa de su respuesta.

Ángela echó un vistazo a sus hijos, que seguían entretenidos al otro lado de la habitación. Se dirigió a un cajón del aparador cercano, tomó el dibujo, mi dibujo, y me hizo sentar a su lado en un sofá de la esquina, donde no nos escuchaban. Tomó mi obra entre sus manos, y le dedicó una larga mirada, para luego encararse conmigo.

-Creo que es un retrato excelente, Maite. Elena me ha dicho muchas veces que tienes mucho talento, que eres una auténtica artista, pero hasta que vi esto no entendía realmente a qué se refería. Este dibujo no es mi retrato: soy yo de verdad.

Parpadeé, presa de la incomprensión.

-Si dice eso... ¿por qué no le ha gustado? Quizá le molestó que la retratara sin pedirle permiso, o puede que lo encuentre tosco. – necesitaba una clarificación y supongo que soné muy imperiosa, tanto que Ángela, con un evidente esfuerzo, acabó contestándome algo que yo nunca hubiera esperado.

-El problema no es la calidad del dibujo. Y sí que hubiera preferido que me pidieras permiso para dibujarme, pues ciertamente nunca te lo hubiera dado. – enrojecí hasta la raíz del cabello. - El problema, Maite, es que este es el retrato de una mujer... sin alma. Mira esos ojos... son los míos, los que veo todos los días al mirarme al espejo. Pero están huecos, vacíos de vida, y es que es así como me siento por dentro. Cuando pensé que Elena era la autora... no pude soportar la idea de que mi hija supiera que su madre está muerta por dentro.

No supe qué decir ante estas palabras, pronunciadas con lentitud, como si dar voz a cada sílaba hubiera supuesto un esfuerzo titánico. Yo estaba conmocionada, y una ola de desolación me inundó, desolación por haber causado dolor a Ángela, y desolación por lo que me estaba confesando. Y la única reacción que tuve fue tomarle las manos, retirar de ellas mi malhadado dibujo y besárselas con todo el afecto que pude, a modo de desagravio. Ella no las retiró.

Escribirte estas líneas me ha costado más de lo que pensaba. Los recuerdos no han perdido ni un ápice de su intensidad, tantos años después, y siento la misma ansia de protección que me embargó entonces. Quizá la sentiré siempre.

Si tuviera que señalar el momento en que me enamoré de Ángela, sería aquel en que me confesó que se sentía vacía por dentro, aunque todos esos sentimientos formaron una confusa amalgama de deseos de protegerla y cuidarla, conocer el motivo de su depresión, hacerla reír y pasar todo el tiempo posible con ella, lejos de aquella fúnebre casa.

¡Qué difícil descifrar las partes de las que se compone el amor! Y sin embargo, es fácil reconocer el amor puro cuando lo tienes delante. Yo te reconocí enseguida, paloma mía.

Tuya más que nunca, Maite

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Disclaimer: los personajes pertenecen a la serie Acacias 38 de RTVE y Boomerang Televisión.


Camino a tiWhere stories live. Discover now