Decimo capitulo

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Mew escuchó los consejos del abogado solo porque le pagaba muy bien para que lo asesorase, pero era inflexible en lo relativo a presentarle a Gulf otro acuerdo legal, en esa ocasión, referente a su estatus como amante que vivía en su casa. ¡No iba a volver a cometer aquel error! Estaba convencido de que Gulf no tenía nada de mercenaria. Una y otra vez, había rechazado las oportunidades de enriquecerse a su costa. A pesar de que cuando lo había conocido necesitaba desesperadamente el dinero para saldar sus deudas, la cantidad que les había cobrado por pasar la noche en su posada había sido ridícula.

– Mi novio no es un cazafortunas –murmuró–. No soy tan tonto. Puedo oler a un cazafortunas a cien metros.

– Las situaciones cambian, las personas cambian –le dijo el abogado–. Es de crucial importancia que piense en el futuro y se proteja.

Mew pensó que había estado toda su vida protegiéndose, así que aquella no era una idea nueva. Protegerse era algo que le salía de forma automática. Era consciente de que todavía estaba estupefacto por haber conseguido convencer a Gulf de que volviese a su vida de manera menos temporal. Había resultado ser una buena jugada y ya había empezado a disfrutar de sus ventajas. Sonrió al imaginárselo en su bañera, en su cama, en su mesa a la hora de la cena, Gulf... a todas horas y en todas partes, donde él quisiera. Después de seis semanas, pensaba que su nueva vida era la esencia de la perfección. Lo que era todavía mejor, había averiguado en qué se había equivocado su padre con las mujeres y donceles. El verdadero secreto era la moderación. No se permitía disfrutar de Gulf todas las noches, se controlaba para asegurarse de que el doncel no se convertía en algo demasiado necesario para su bienestar. En ocasiones se quedaba en la ciudad más tiempo del necesario y ponía como excusa el trabajo. A veces no lo llamaba, aunque Gulf cada vez lo llamaba más para preguntarle por qué no lo había llamado. No obstante, mientras él lo controlase todo, no preveía ningún problema.

– ¿Ha pensado en casarse? –le preguntó directamente el abogado.

Él frunció el ceño y apretó los labios.

James –. Ya sabes... ¿crees que para él vivir juntos es el paso previo al compromiso final?

– No. Mew está muy contento como estamos ahora –contestó Gulf pensativo–. Es un varón muy cauto... ¿Qué te parece este kimono?

– El rojo es muy llamativo para mi gusto, ya te lo he dicho –insistió James, pasándose una mano por el abultado vientre–. No quiero que te hagan daño, Gulf... Y los años no pasan en balde...

– ¡No hace falta que me lo recuerdes! –exclamó Gulf riendo

– Sí, pero tienes que pensarlo en serio. Si quieres tener hijos algún día, no te queda mucho tiempo para decidirte.

– James, hace solo un par de meses no había ningún varón en mi vida –le recordó Gulf–. No puedo esperar que el primero con el que he estado en años quiera formar una familia conmigo. Además, eso sería mucho pedir para un tipo que huye de los compromisos.

– ¿Has hablado del tema con él? –le preguntó James.

Gulf se puso tenso y recordó la conversación que había tenido con Mew varias semanas antes, cuando le habían llegado los resultados negativos de la prueba de embarazo que se había hecho después de su descuido en el barco. Mew había recibido la noticia en silencio y no había mostrado alivio ni disgusto, pero Gulf no había podido evitar sentirse muy decepcionado. Después de haber pasado tantos años criando a sus hermanos, siempre había pensado que no querría tener además la responsabilidad de tener sus propios hijos. Por desgracia, al estar con Mew había empezado a desear tener un bebé, aunque estaba convencido de que no lo tendría nunca.

E.D.R.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant