7. La costa que se ve en el horizonte

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La eternidad podría ser un arma de doble filo; más cuando se subestiman las consecuencias y se deja hogar el raciocinio por las pasiones. Y es que cuando el tiempo es vano por no tener real impacto, se piensa que se puede abusar de la espera, disponer de los años para no afrontar los efectos de los actos, para pensar que las responsabilidades podían posponerse.

Dinamarca se veía ahora con un pesado arrepentimiento y comprendía sus errores. Ahora tan antiguo cómo los siglos, es que repasaba aquel fatídico día en Estocolmo; repetía las palabras de Suecia, y su reproche de amargura que el danés dio en respuesta. ¿Qué, pues, le quedaba de lo que intentó proteger? ¿Qué, después de todo, le quedaba de aquella unión por la que mancillo sus promesas hacia los otros? El tiempo era paciente y constante recordándole su vacío.

Alzar sus ojos cuando paseaba por la costa hacia la tierra de él era reavivar una amarga añoranza. Tras aquellos eventos, ambos poco más que por visitas comerciales se habían visto; momentos breves y distantes. ¿Hacía cuanto no se dirigían la palabra?

¿Hace cuánto esos claros no le daban la indulgencia de encontrarse con los suyos?

—Siempre te veo al borde del llanto cuando miras a lo lejos desde esta costa —le dijo una voz a su espalda, una que reconoció al instante trayéndole el ánimo suficiente para sonreír—. Espero que sea porque las emociones de mis relatos se agolpan en tu imaginación gracias al compendio de cuentos que te obsequie; pero me temo que no.

—Christian, pensé que estabas disfrutando el cálido clima de la península Ibérica todavía —saludó riendo un poco el danés ante los atinad comentarios de su amigo—. Pero sí, tu volumen de cuentos es lo que me ayuda a dormir en la noche. No sé la razón, pero mi favorito es el de la pequeña sirenita.

—La pequeña sirenita, un cuento doloroso sobre el destino de quien añora sin ver las consecuencias —describió Andersen, y se acercó hasta estar a un lado de Dinamarca. El hombre agregó con una sonrisa—. Espero tú no vayas a convertirte en espuma. Y estás en lo correcto, estaba viajando, pero decidí regresar antes para publicar algunas cosas.

—Te preocupas demasiado, sólo recordaba —Mathias intentó quitar importancia—. Cuando se es tan viejo como yo, a veces recuerdas demasiado.

—De acuerdo —cedió Andersen con una sonrisa que dejaba ver que comprendía un poco la razón de su mentira—. ¿Sabes? Siempre pensé que la sirena tenía el poder de cambiar ese final, me pregunto, ¿qué hubiera pasado si aquella niña hubiera sabido encontrar una forma de pasar sus sentimientos más allá de las palabras?

Mathias volvió a fijar sus ojos a la distancia.

Convertirme en espuma…a veces pensaba que aquella desdichada sirena y él tenían mucho en común.
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Mathias vio los años deslizarse entre sus dedos lentos e imparables. Las épocas cambiaban, ellos cambiaban; pero no su distancia con Berwald; algunos lazos con los otros nórdicos fueron resarcidos con paciencia, no así el que más ansiaba.

En los albores de la primera guerra mundial, donde las circunstancias los empujaron a unirse para mantenerse tan alejados del conflicto como pudieran, sim embargo tras declarar Suecia su neutralidad, los eventos fueron algo fuera de su control. Sin embargo, el danés con las palabras de su amigo siempre en sus recuerdos, aprovechó probablemente la única oportunidad que tendría de acercarse al sueco (con la guerra cerniéndose, la sombra de Rusia rondado a Finlandia y otras circunstancias que probablemente se convertiría en otra barrera de tiempo).

—¡Sve! —llamó Suecia cuando salieron de la reunión que aconteció en casa de éste, aprovechando que los otros nórdicos se habían adelantado a su casa para reportar la situación, el danés se acercó sin dudar.
Los ojos del sueco lo miraron con una contradictoria calma y una animosidad medianamente disimulada.

—¿Necesitas algo? —cortó Berwald, acomodando unos papeles que llevaba bajo el brazo. Pero Mathias no se desanimó, el sueco lo estaba mirando a los ojos, no lo estaba evadiendo.

—Sí, necesito hablar contigo —respondió el danés con firmeza, y una solemnidad que sorprendió al otro.

Dinamarca le pidió que lo acompañara a pasear por la costa, incluso quitándole los papeles de los brazos a Suecia para que no tuviera excusa y dejándolos en alguna oficina del edificio donde tuvieron la junta.

—¿Y bien? —inquirió Suecia menos hostil, un poco curioso de que deseaba hablar Mathias lejos de los otros.

—Hace mucho tiempo un amigo mío al que estimé mucho me regaló algo, y probablemente me dio el consejo que más necesitaba —comenzó a contarle a Suecia; quizá estaba siendo muy breve y directo, pero ya habían peleado los suficiente. No siempre el tiempo estaba a su favor, y el futuro de todos era incierto en esos momentos—. Me dijo que una sirena podría haber resuelto sus problemas si hubiera encontrado como comunicar sus sentimientos antes de que su destino la encontrara, tal cómo yo.

—Mathias, no entiendo… —Suecia comentó juntando sus cejas.
—Tienes razón. Seré franco: quiero darte algo que es muy importante para mí; tan importante que probablemente me costara dormir sin el. —El danés sacó de su abrigo un objeto rectangular envuelto en un sencillo papel y estiro su brazo para ofrecerlo al otro—. Mis sentimientos por ti probablemente son los mismos que el de la sirenita de uno de estos cuentos.

Suecia abrió ligeramente sus labios cuando comprendió el significado de la declaración que le acaban de dar. Por supuesto que conocía ese cuento; con sus sentimientos siendo un caos y sus mejillas un poco ruborizadas tomó el objeto para quitarle el envoltorio, descubriendo un antiquísimo libro de cuentos del famoso Christian Andersen.

—Probablemente fue el primer compendio que entregó a alguien —describió Dinamarca tocando con notable afecto la cubierta del libro, rozando fugazmente sus dedos con los del sueco.

—No puedo aceptarlo, Den —Berwald intentó devolver el libro acercándolo a Mathias, que negó con una sonrisa cálida, y sujetó las manos del sueco con las suyas para mantener el libro en el agarre ajeno.

—Esto puede ser un nuevo comienzo para nosotros —Insistió Dinamarca, apretando un poco sus manos que cubrían las de Suecia, y agregó con una risa gentil—: Un nuevo comienzo con las mejores historias del Norte y de Europa.

Suecia no sabía cómo responder; se vio incapaz de poner en palabras lo que sentía —algo de lo que no estaba seguro el mismo; había sido demasiado tiempo; demasiado dolor—. Apretó el libro contra su pecho cuando Dinamarca soltó sus manos.

Dinamarca no dijo nada, no preguntó por los pensamientos de Suecia o la respuesta a los suyos que acababa de poner en manos del otro. Sabía que no era algo que pudieran conversar en ese momento, no después de amargos años acumulados sin verse.

Ambos se despidieron con una sonrisa, y Suecia prometió buscarlo pronto.

Cuando Berwald llegó a términos con sus sentimientos y tenía una respuesta, la guerra se había extendido formalmente por Europa, y todos se vieron ocupados por la crisis, defendiendo dentro de lo posible su posición, e intentando saber a situación de Finlandia.

Y unas figurillas de madera que Berwald hizo inspiradas en cada cuento del libro que Mathias le obsequió fueron guardadas, al no ver la oportunidad de entregarlas en esa época de caos y pólvora.

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N/A: feliz año :)

Entre Fuego y Hielo | Hetalia [DenSu]Where stories live. Discover now