IV

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Al final de la jornada laboral, Patricia observó como Sandra se excusaba con Mariana antes de caminar al baño, no sin antes dirigirle una mirada discreta.

Esperó un poco antes de imitarla, desplazándose silenciosamente para evitar llamar la atención del cuartel.

—Supongo que no podremos continuar lo del almuerzo—. Dijo una vez que se encontró a la más alta arreglándose frente al espejo.

Trató de no sonar frustrada, después de todo, esto era de esperar al verse a escondidas; tampoco es como que le importara mucho, porque no, no lo hacía.

O eso quería creer.

Aún así, la pequeña sonrisa de Sandra indicaba que si se filtró algo de molestia.

—Así es, no puedo "hacer un trámite para mi mamá" todas las semanas—. Tarareó divertida, inclinándose a la rubia.

—Mmh—. Evitó responder cuando una mano tomo su barbilla y la condujo a un beso, zumbando satisfecha por la suavidad del mismo.

Sus brazos envolvieron el torso de la contraria, acercándola más a ella mientras disfrutaba del sabor acaramelado en su lengua. Los masajitos en su nuca fueron un añadido agradable, provocando un suspiro satisfecho al separarse.

Continuó dejando besos cortos en los labios entreabiertos, consiguiendo que sonrisas lentas se extiendan en ambas cuando Sandra lograba devolver alguno.

—Ya me tengo que ir—. Murmuró luego de unos minutos de intercambiar besos, dejando el último en su mejilla.

—Bueno, vaya—. Aceptó soltando su agarre, medianamente complacida con su pequeño encuentro.

Vio el destello de una risa antes de que desapareciera tras la puerta.

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—¿Y cómo te fue con Armando, Marce?, ¿ya sabes que le pasa?—

—No, y la verdad ya me cansé de preguntarle—. Suspiró cansada del temita en su relación.

Las dos estaban charlando de temas cotidianos en lo que Marcela terminaba de trabajar, por lo que naturalmente siempre se deslizaban a hablar de sus dilemas amorosos.

—¿Hoy también te llevo a la casa, Patricia?—. Preguntó cuando terminó de teclear todo su informe.

—Por favor Marce, sabes bien que me embargaron el carro y que no tengo a nadie que me transporte—

—Lo se, he escuchado suficiente sobre tu carro y tu falta de un galán para hacerlo—

—Ya pero no te burles—. Se quejó a medias por el tono burlón, pues aunque perder su carro le dolía, el galán no le interesaba.

Actualmente no era su prioridad encontrar a su hombre atractivo y de plata, ni siquiera había pasado por su mente en un tiempo. No podía estar segura de en que momento lo dejó de lado, pero en un pensamiento fugaz recordó a Sandra. 

Esa mujer, otra vez metida en su cabeza.

—De todos modos, puedes buscar a tu príncipe en la gala de mañana—

—Tal vez, tal vez—. No intentó camuflar el poco interés, más preocupada en sacudir sus pensamientos.

—¿Y a ti te pasa algo?—. Dudó, notando la falta de su habitual entusiasmo con estos temas. 

Patricia se tensó brevemente antes de responder entre un suspiro actuado. —No, solo que como ya ha pasado tanto tiempo—

—¿Patricia Fernández preocupada porque ha pasado un tiempo?—

—Incluso las mejores tenemos nuestras dudas—

La respuesta pareció contentar a su amiga, quien le dio un par de palmaditas en la espalda antes de salir de la oficina.

Mientras se dirigían al parqueadero todo estuvo en silencio; y Patricia esperaba que se mantuviera así. No tenía ganas de explicar su preocupación porque "paso un tiempo", ya que obviamente estaba mintiendo y aunque se le daba bien, prefería no hacerlo.

Al menos no a Marcela, la conocía bien y la posibilidad de que notara sus mentiras era bastante grande. Así que estaba conforme con la calma del viaje y la charla relajada en el vehículo.

Y además, ¿cómo le explicaría su atracción por las mujeres?, si no podía explicárselo a sí misma.

Jamás le habían atraído, siempre fueron hombres guapos de clase alta, su pareja soñaba desde que era niña.

Sandra era la única excepción a todas sus reglas, y para ser sincera no sabía describir exactamente porque.

—Patricia, ¿Patricia?..—. Marcela llamó ante el silencio repentino.

—Perdón, me distraje un poco—. Descartó nuevamente, centrándose por completo en la charla. —Continúa con lo de Hugo—

 —Bueno, sucede que...

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Ya en la noche Sandra se recostó en el sofá, suspirando cuando la tensión abandonó su cuerpo.

Con suerte Patricia también abandonaría sus pensamientos pronto.

—¡Sandra!, Sandra, juegue conmigo—

Su paz se fue el momento en que Jimmy llegó a su lado, con dos peluches en sus manos.

El niño y Aura María se estaban quedando en su casa desde ayer, después de haber pasado unos días en casa de Sofía. Por lo que aún no estaba acostumbrada del todo a su presencia.

Levantándose de inmediato, observó durante unos segundos al pequeño quien agitó los juguetes al aire.

—Uh, claro—. Asintió, imitando al chico cuando se sentó en el suelo.

Jimmy le tendió el peluche azul, que aceptó sin entender. —Mire yo voy a ser este y usted este, y...—

Sandra atendió a las indicaciones, tratando de comprender a que iban a jugar, concluyendo en que sería una pelea.

Jimmy parecía feliz con el juego, haciendo ruidos para complementar la pelea y "ordenándole" ataques a su peluche. Luego de un rato, él decidió que necesitaban darles descanso a los luchadores.

—Mientras que descansan, ¿quiere tomar algo?—. Dijo, levantándose para ir a la cocina y tomar algo de agua. 

Al no recibir respuesta inmediata, se volteó para encontrarlo mirándola fijamente.

—¿Dónde se golpeó?—

—¿Qué?—

—El moretón en un cuello, ¿se lastimó en el trabajo?—. Señaló el "moretón" que asomaba levemente de su suéter.

Y así Sandra recordó porque al vivir con más gente siempre debía usar cuello de tortuga, o decirle a Patricia que deje de ser tan obvia.



"Que nadie vea"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora