un desayuno diferente. Ptt. II

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A partir de esa mágica mañana, una especie de pacto se había forjado entre los dos.

Algunas noches, Steve se colaba en la habitación de ella sin romper el silencio. La abrazaba por la madrugada, llenándola de besos y caricias.

Otras veces, era Natasha la que irrumpía en su habitación, charlando con él hasta el amanecer y obligándolo a jugar con ella a trivialidades como verdad o reto.

En otras ocasiones, en cambio, ambos se encontraban en el pasillo y subían a la azotea con mantas y palomitas para observar las estrellas.

Hoy era una de esas noches.

Eran las dos de la madrugada pasadas, la rusa se encontraba en medio del oscuro pasillo, con una manta en su mano y un pijama invernal; ya que a pesar de que seguían en otoño, el frío nocturno penetraba en los huesos.

Esperaba pacientemente a que la mano de Steve se encontrase con la suya, guiándola entre risas y cortos pasos hacia las interminables escaleras.

A pesar de ello, no pudo evitar sobresaltarse cuando finalmente sintió el calor de sus dedos penetrar en los suyos, dio un pequeño salto del susto que se llevó. Probablemente la adrenalina y la emoción que recorrían sus venas la volvían más susceptibles a ese tipo de reacciones.

El soldado besó su mejilla, sonriendo en la oscuridad. Natasha, a pesar de no poder observar su rostro, sintió su sonrisa, y sonrió también.

Ambos empezaron a caminar intentando, tal y como en las ocaciones anteriores, causar el menor disturbio posible; hasta que llegaron a las escaleras y sosteniéndose de la barandilla comenzaron a subirlas.

Como siempre, Natasha empezó a subir primero que Rogers, quien se encontraba justo detrás, preparado para sostenerla en caso de que se resbalara o algo parecido. No podía evitarlo.

Ninguno sabía porqué no encendían las luces, ni se habían molestado en preguntarle al otro. Era una especie de pacto silencioso entre ellos esperarse en medio de la oscuridad y el silencio.

Un par de minutos después, los escalones se acabaron dando lugar a una gran puerta de metal, la cual Romanoff se encargó de abrir con su pequeña llave.

Esta cedió sin mucho esfuerzo, y apenas se abrió sintieron el penetrante frío de la noche envolver sus cuerpos.

La pelirroja se encogió un poco de manera automática, y Steve, al notarlo, le colocó su manta al rededor de su espalda, puso una de sus manos en su cintura y la condujo hacia la esquina donde unas semanas antes habían dejado un colchón con algunas almohadas y velas para iluminar un poco la noche, aunque raramente las encendían.

Ambos se sentaron sobre el colchón, sonriéndose en la oscuridad, buscando el calor del otro. Evidentemente, tanto las almohadas como el lecho estaban heladas.

-Ven aquí Nat -susurró el soldado, palmeando un espacio vacío aún más cerca de él-

La nombrada obedeció, se acostaron mirando al cielo y se cubrieron con las mantas que habían llevado. Steve la abrazaba con uno de sus brazos, y ella apoyó su cabeza en su cuello, y con una de sus manos comenzó a acariciar su pecho.

Tras un par de minutos en silencio mirando las estrellas, la soviética decidió iniciar una conversación.

-¿Sabes, Steve? todas estas noches que hemos venido a ver las estrellas, me he acordado de mi infancia en la KGB. -comentó con calma y serenidad-

-¿Si? ¿Por qué?

Al americano le intrigaba mucho su pasado, puesto que deseaba conocer mejor quién había sido a lo largo de su vida, sin embargo, muy pocas veces tenía el coraje de pedirle historias, ya que sabía que eran difíciles de llevar para ella. Por tanto, aprovechaba al máximo cada situación en la que ella misma se ofrecía a explicarle.

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2022 ⏰

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