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❝Aquel que vive en el pueblo de Greendale no conoce qué es la felicidad: una vez que entras, por más que lo intentes o desees, no puedes salir.
Está gobernado por brujos, los súbditos de Satanás, y secundado por humanos a gusto co...
ADVERTENCIAS: CONTENIDO SEXUAL, INSINUACIONES DE PEDOFILIA E INTENTO DE SUICIDIO A CONTINUACIÓN.
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🕰 31 de diciembre de 1976. 📍 Los Ángeles, California. ✉️ No he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores y necesitan arrepentirse.
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¿Qué cosa podría ocultarse en un bar?
La ilegalidad de un prostíbulo.
El alcohol y el sexo se consideraban como los placeres y tranquilizantes que más atraían al ser humano. Era por tal motivo que el negocio en fusión fue denominado bajo el nombre Paradisiac Bar.
Todo aquel que entrara por la puerta se veía en la obligación de firmar un acuerdo de confidencialidad. Estaban advertidos: de rehusarse a vender su alma, o de romperlo en las afueras, conocerían la ira deSon of Fear.
Hasta ahora funcionaba. Nadie se había atrevido a meterse con quien, tal como una sombra, merodeaba en silencio alrededor de Paradisiac Bar.
Allí vivía.
Esa noche de Víspera de Año Nuevo, incluso, sería la primera vez que Hijo del Miedo se rebelaría ante su público.
Porque en el interior de una habitación, se encontraba una empleada inexperta y un cliente hambriento.
—¿Qué desea, mi señor? —rompió el hielo, con sus dos manos detrás de su espalda recta. Después de todo, su trabajo consistía en cederle el poder y el control a los hombres.
Warren Jeffs no contestó con palabras, al menos por el momento. Se aproximó a la curvada joven a paso lento, sin desviar la mirada de la suya, hasta que quedaron frente a frente y por ende a una distancia reducida.
Fue entonces cuando, a medida que le acariciaba una mejilla, suspiró enamoradizo: presumía un rostro aniñado; infantil. Le recordaba a Ricitos de Oro y así la llamaría.
Sus dedos, automatizados, terminaron parando en el tope de la cabeza contraria.
—Un oral —expresó finalmente, luciendo sereno y sonando acaramelado.
La muchacha de ojos color miel se descolocó, aunque intentó disimularlo. Nunca había dado un oral. No obstante, ¿qué más esperaba, si ella misma le preguntó qué era lo que él deseaba, y la intimidad sexual no se trataba solo de un pene y una vagina contactándose?
Asintió dócil —justo como a Warren Jeffs le gustaban—, y aún con la mano de él sobre sus rizos de tonalidad dorada, se arrodilló.
Tenía una ventaja: la apariencia del hombre no era similar al de —muy mínimos— clientes anteriores. Con grandes lentes, el cabello peinado hacia atrás, la barbilla afeitada al cien por ciento y una sonrisa de largos labios cerrados, a ella le transmitía confianza.
