26: Tenemos que hablar

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Micky

Gracias a Dios el viaje en coche hacía Madrid lo hicimos de madrugada y pude estar durmiendo todo el camino de ida. Mi propósito para aquel fin de semana era evitar a Lucas a toda costa. No quería hablarle. No quería saber nada de él. Y mucho menos quería estar cerca de esos labios que me habían provocado tantos dolores de cabeza.

Durante los dos días anteriores, estuve dándole vueltas al tema de nuestro... beso, y llegué a la conclusión de que no volvería a ocurrir nunca más. Fue un tremendo error, tal y como él mismo dijo. Yo quería a Álex y le iba a respetar. Lucas simplemente me quería tener comiendo de su mano, como lo hacían todas las otras chicas de la Universidad, pero yo no iba a ser una más en su lista de ligues. Me negaba rotundamente a serle infiel a Álex por el estúpido de Lucas Márquez.

-Hemos llegado –señaló el rey de Roma una vez que aparcó el coche enfrente de la pequeña casita de sus padres.

Tanto él como Alison se mostraron un tanto inquietos al bajar del coche. Sin embargo, Adrián y yo estábamos emocionados. Lucía y Pedro habían sido como nuestros segundos padres durante toda nuestra niñez. Eran fantásticos y recuerdo que su partida nos rompió el corazón. Les queríamos muchísimo.

Ali clavó la mirada en su hermano antes de picar al timbre. Lucas respiró profundamente y asintió. ¿Por qué parecía que Alison estuviera preocupada por su hermano? No entendía qué podía tener de malo ver a sus padres. ¿Estarían enfadados?

-¡Por fin habéis llegado! –exclamó Pedro al abrir la puerta y abrazó a sus dos hijos a la vez.

Recuerdo que Pedro era muy cercano a sus hijos y aquello era algo que siempre había envidiado de Alison y Lucas. Mi hermano y yo nunca habíamos tenido una relación así con nuestro padre. Lo único que recibíamos por su parte eran gritos, insultos y bofetadas.

-Madre mía, ¡cómo habéis crecido! –Pedro se dirigió está vez hacía nosotros y ambos nos acercamos para saludarle con una gran sonrisa- Anda, dejaros de formalidades y dadme un abrazo como es debido.

Yo me reí y Pedro nos atrapó en sus brazos a mi hermano y a mí. Desde luego, ese carácter tan extrovertido lo habían sacado Lucas y Ali de su padre.

-Cariño, les vas a ahogar. Déjales que respiren un poco al menos –dijo una dulce voz apareciendo por el umbral de la puerta.

Cuando me giré para saludar a Lucía, mi sonrisa se desvaneció al instante. Estaba muy delgada y pálida. Tenía grandes ojeras y la mirada cansada. Continué subiendo la mirada lentamente y me detuve a examinar el pañuelo que rodeaba toda su cabeza. No podía ser verdad. Aquello debía de ser una pesadilla.

-Vamos, pasad. La comida ya está casi lista y seguro que estáis hambrientos –Lucía nos invitó a entrar en su casa y Adri y yo asentimos sin poder articular palabra.

No me podía creer lo que mis ojos estaban viendo. No quería creerlo, mejor dicho.

Pedro nos indicó el camino hasta el comedor y detrás de nosotros escuché como unos pasos subían a toda velocidad por las escaleras. Me giré y se trataba de Lucas. Enseguida mi cuerpo quiso seguirlo y saber qué le ocurría, pero me contuve con todas mis fuerzas. Debía evitar acercarme a él.

-Lucas lo pasa un poco mal cuando vuelve por aquí, cielo –Lucía me cogió de la mano y me la acarició.

Su tacto era frío como el hielo, pero yo le dediqué una de mis más cálidas sonrisas. Aquella mujer se merecía lo mejor del mundo.

-Ahora vengo –avisó Ali y subió las escaleras de dos en dos en busca de su hermano mayor.

-Ven, he preparado unos tallarines que seguro que te encantarán –Lucía pasó su mano por mi espalda y me acompañó hasta el comedor, donde estaban Pedro y Adrián.

Dame una Razón para AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora