Capítulo 10: «Uno de ellos» 🦋

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Lucien Ayers.

                          


                       Mi vista se iba a través de la azotea, me encontraba viendo los edificios de la ciudad desde arriba. Desde que éramos pequeños mi hermano y yo fuimos criados para ser los mejores; aquello no me molestaba en lo absoluto cuando aún seguía siendo un niño, porque sin duda yo nací para ser el mejor.

Mi vista cayó en el edificio que estaba de igual tamaño que el nuestro, el dueño de aquel era un hijo de puta al cual le encantaba hacerse notar y lo hacía de la manera más escandalosa y ruidosa posible, no me gustaba para nada el ruido cuando no era yo quien lo provocaba.

El sonido de unas pisadas hizo que moviera mi cuello quedando de perfil, por el rabillo del ojo divise a uno de nuestros guardias con algo en su mano, volviendo mi cuello a su antigua posición no pude evitar sonreír con esa malicia que ocultaba bajo un estúpido sonrojo.

Maddox.

—Aquí está lo que pidió señor. —Su mirada no chocó con la mía por lo que solo tomé lo que me entregaba y lo ignoré, el hombre dio algunos pasos hacia atrás quedándose en completo silencio.

Yo era un dios en ese momento, en mis manos estaba todo lo que yo quería, mi silencio muchas veces era una afirmación de que no necesito esforzarme contigo porque te tengo bajo mi poder... de ser lo contrario mueres. Todo el mundo tenía que mirarme; era una llama que ni la más fuerte brisa podía apagar.

—¿Dónde está mi hermano?

—No lo sé señor Ayers. —Mi rostro se elevó al cielo en señal de molestia, apreté con enojo el objeto que estaba en mis manos.

Volteé enojado. —¡Pues haz que aparezca! —El cuerpo del hombre se sobresaltó gracias a mi grito. —Muévete si no quieres que te haga volar, maldita sea. —Gruñí por lo bajo mirando al frente nuevamente.

Nuestra empresa se encargaba de electrónica, era todo sobre informática; en ella se encontraban los mejores trabajadores del país, nuestro dinero se había extendido sobre todo el país de diferentes formas, en bares nocturnos, restaurantes, centros comerciales y en lo que sea que podría dejar buen dinero, nadie podría negarlo: el dinero es el poder, y los que dicen que no es porque no tienen lo suficiente para manejar a las personas a su antojo.

Le eché un vistazo al objeto en mis manos y sonreí, me alegraba que los metros de distancia de aquel edifico eran suficientes para no hacerle daño al nuestro, mi mano presionó el botón y luego de unos segundos un ruido hizo que mis oídos sintieran la gloria, mi mirada no tenía ninguna expresión, pero dentro de mi había sentimientos inimaginables, yo siempre tenía lo que quería; no importaba qué, no importaba como.

El edificio frente a mi empezó a desplomarse y el sonido de los cristales al romperse hicieron que un ligero deja vu recorriera mi mente, no había sido la primera vez, nadie, absolutamente nadie podría tener un edificio más grande que el de los Ayers en la zona o explotaría y eso era un hecho confirmado. No me importaban las personas, todos eran seres que no significaban nada y que al mundo no le beneficiaban en nada, pero tal vez sus huesos serian un rico festín a la tierra.

Mi cuerpo le dio la espalda al tan perfecto espectáculo, caminaba directo al ascensor en dirección a la planta donde estaba nuestra oficina. Al salir del ascensor las personas que estaban se hicieron a un lado pegándose de las paredes bajando sus miradas.

Una de las secretarias se ganó mi atención cuando estaba a punto de entrar, con un asentimiento le permití pasar tras de mí, llegando hasta mi escritorio me percaté de que mi hermano no estaba en su puesto, maldije bajito.

Entre dos tentaciones prohibidas: Sintiéndolos. [+18]Where stories live. Discover now