☽ 35 ☾

28.2K 1.9K 706
                                    


Un ritual

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Un ritual.

Ir a su casa se transformó en eso sin que ninguna lo buscara o anticipara.

Según en qué momento o lugar nos encontráramos, la secuencia terminaba conmigo yendo con ella y dándole una mano con algunos quehaceres domésticos y rutinas de cuidado personal.

La ayudaba a bañarse y a lavarse el cabello, algo que Irina no podía hacer sola con su brazo inmovilizado. Nadie más sabía del accidente a excepción de Sam, que no seguiría mintiéndole a su esposa y decidió abrirse en cuanto tuvo la oportunidad. No lo culpaba. Yo hubiera hecho lo mismo si hubiese sido él.

La primera semana desde que le colocaron el yeso, fue algo extraña pues  no habíamos vuelto a hablar con el mismo nivel de honestidad, ni yo sabía con certeza cómo actuar con ella.

Lo cierto era que, a pesar de todo, a pesar del dolor que a Irina me había infligido, su arrepentimiento también era real. Y, por tanto, también me afectaba.

¿Cómo podía ser indiferente a sus ojos, usualmente tan penetrantes e intensos, que me miraban cargados de dolor y culpa? ¿Cómo podía pretender que no me importaba cuando, en otra circunstancia, habría hecho lo imposible para dibujar una sonrisa en sus labios?

El brazo de Irina sanaría rápido, pero dudaba que su corazón y el mío pudieran hacerlo con la misma velocidad. Sin embargo, conforme transcurrían los días, más consciente me volvía de que no era capaz de ser indolente hacia ella.

No podía.

Por más que quería mantenerme alejada y ordenar mis pensamientos y sentimientos, casi todas las noches me encontraba pensando en ella. En qué estaría haciendo, si estaría yendo a trabajar, si vería amigos o si tendría compañía.

Y luego, indefectiblemente, mi mente volaba a aquella noche.

Solo habían pasado unas pocas semanas, pero fue suficiente para que ese deseo aplacado despierte como un dragón hambriento luego de haber invernado por ocho largos años.

Aún sabiendo que debía mantener esos pensamientos alejados, me era imposible. Incluso con todas las contradicciones en mi interior, era consciente de que extrañaba su ternura, sus sonrisas. Extrañaba su boca hambrienta, sus manos suaves dibujando mi cuerpo, su piel tibia cubriendo la mía. Extrañaba sus chistes y la forma en que me miraba creyendo que yo no me daba cuenta. Extrañaba lo que podíamos haber sido, la promesa de estar juntas que nunca nos hicimos.

No tendría que haber deseado que se repita. Pero todas esas sensaciones y recuerdos me abrumaban de un modo que no podía manejar. Me arrancaban lágrimas de frustración que, con frecuencia, se detenían solo cuando caía rendida ante el cansancio.

Y, a la mañana siguiente, recibía el sol que se filtraba por las delgadas cortinas de mi dormitorio, junto a la aceptación irrevocable de que Irina siempre fue y sería objeto de mi deseo. Y que no habría nada que pudiera hacer para disminuirlo, enterrarlo o deshacerme de él. 

Amalgama ©Where stories live. Discover now