Una limonada derramada en su blusa.
Así es como Irina conoce a Louisa: con un pequeño accidente.
Un encuentro fortuito que deja de serlo cuando Irina descubre que la camarera que arruinó su atuendo es nada más y nada menos que una de sus nuevas al...
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"Me iré por un tiempo".
Incluso días después, escuchaba la voz de Louisa resonando en mi cabeza como si ella acabara de susurrar esa confesión en mi oído.
Había dos elementos en esa frase y, si bien mi cerebro inicialmente procesó el primero, luego pude enfocarme en las últimas tres palabras.
Por un tiempo.
Aún no me acostumbraba al dolor que me causaba el hecho de que ella tuviera que alejarse para tener algo de claridad y analizar sus sentimientos sin mi presencia. Aunque podía entenderla porque yo lo había hecho al regresar a Seattle ocho años atrás. A diferencia de Louisa, sin embargo, yo había huido y esperaba con todo de mí que ella no estuviera haciendo lo mismo.
Me quitaron el yeso, pasó mi cumpleaños. Lana se enteró de lo que me sucedió y, desde luego, se enfureció. Sam, Thomas y ella vinieron a casa a cenar, pero Lana me ignoró durante los primeros cuarenta minutos. Finalmente, y viendo que ya no había nada por hacer, terminó cediendo.
Luego de eso, mi rutina volvió a la normalidad. Regresé a trabajar al museo a tiempo completo mientras recuperaba la movilidad de mi brazo gracias a las sesiones de fisioterapia; me reincorporé a las clases en la universidad y también en la fundación.
Los días pasaron tranquilos, sin emoción particular en ellos excepto por la pesada añoranza causada por la distancia entre Louisa y yo. Odiaba la opresión en mi pecho producida por su silencio o las miradas amables que me dedicaba cuando nos cruzábamos en la fundación y no me quedó mas remedio que habituarme a aquello. A su presencia fugaz, a los cordiales intercambios de palabras, a la visión de su espalda cuando ella se alejaba de mí. No era ni una fracción de lo que podía ser en realidad, pero era todo lo que tenía hasta ahora.
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Por fin, llegó el día de la muestra.
Junio nos regaló una tarde soleada y apacible.
Hubo una gran concurrencia de alumnos quienes, acompañados de sus familiares y amigos, ocupaban el lado este del parque. Los murales, después de horas de dedicación y trabajo, se erigían altos y armoniosos en la zona que había sido re-parquizada. Louisa y yo nos encargamos de coordinar los grupos durante las últimas semanas (ella primero y luego yo una vez removido el yeso de mi brazo) y, con esas horas extras de trabajo, logramos el resultado que buscábamos.
