Capítulo 5

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Sin meditarlo ni un segundo más, terminé de sortear la maraña verde de vegetación. Desde aquel instante, odiaría el verde a muerte. Nunca nada verde. Jamás verde. Sacudí todo lo que se me había enganchado a la ropa y al pelo. Las ramas y hojas certificaron veracidad de mi situación, pues eran tangibles. Suspiré. En las últimas horas me costaba reconocerme. ¿Qué me ocurría? ¿Me había hecho algo Puck?

Al otro lado me esperaba un lugar curioso. Sí, «curioso» podría ser un adjetivo que abarcase eso. Alcé la vista, las gafas de sol evitaron que me deslumbraran las toneladas de luces de colores que adornaban todos y cada uno de los edificios, árboles y estatuas del lugar. ¿Pero nadie tiene un poco de consciencia con las hipersensibilidades? Acababa de aterrizar en el pueblo que encarnaba el espíritu de la Navidad en su estado más salvaje. Todavía podía ir más lejos: una foto de este sitio apare, fijo, junto a la definición «Navidad» en el diccionario.

Permíteme que te lo describa en detalle:

Parecía un pueblo de esos de pan de jengibre —vivía en el infierno, no un mundo paralelo—: casas perfectamente simétricas, la nieve justa en el tejado con una disposición milimétricamente pensada, adornos navideños de todo tipo y tamaño ocupaban jardines, calles, elementos urbanos... Los habitantes de aquel lugar padecían de horror vacui. Dudaba si me encontraba en un lugar real o en el set de algún rodaje de película o de anuncio. Además, parecía haber unos cuantos puestos de dulces y castañas, los cuales me encontré más tarde, pues no se veían desde las fueras. Cada comercio participaba de la celebración navideña. En ese preciso instante, comprendí a la perfección a Jack Skellington.

Aquello debía ser como el cielo... y apestaba. Apestaba del mismo modo que mi incertidumbre, porque ¿qué diantres tenía que ver mi deseo de vivir una vida Allá Arriba con la estar en el Pueblo de la Navidad? Mira no te iba a mentir: este extravagante lugar generaba una gran cantidad de curiosidad en mí y que te mueva la curiosidad y el capricho resultaba algo mágico —algo infernal, lo que compensaba esa «celestialidad», ¿no? No busques demasiada lógica, soy un demonio—, me adentré en aquel lugar. Cuanto más me acercaba, más desaparecían mis poderes; eso significó que mis gafas se volatilizaron y puede que alguna otra cosa que no esté dispueste a reconocer.

Me resultó gracioso llamar más la atención que el bendito árbol de Navidad de siete metros. Tampoco me quitaba el sueño, aunque lo hizo todavía menos cuando recordé que todo ese lugar no era real, no existía. Por lo tanto, tampoco importaban demasiado mis acciones.

La fiesta empezaba.

Mi primer impulso fue correr y tirarme sobre la nieve, jugar, divertirme. Recuerda: en el infierno no la había, evidentemente... Bueno sí, Puck, aunque no se trataba del mismo fenómeno. Ignoré a los pueblerinos y sus «holas» y «qué tales». Mis prioridades funcionaban así. Impulsos y caos eran mi religión. Me dirigí hacia un lugar del parque donde varias personas hacían muñecos de nieve y traté de imitarles. No se me dio mal. Les diables somos unes grandes artesanes —algo que jamás se nos reconocerá. Ya te he comentado algo—. No es por presumir, pero yo le enseñé a Miguel Ángel a esculpir. Solo tuve un minúsculo problema: al no tener mi magia no lo pude poner todos esos complementos que los infantes utilizaban (ni bufanda, ni gorro, ni nada de botones), pero salí bastante airoso de la situación con ramitas y piñas. Fue tremendamente divertido, incluso me hice amigue de una niña muy divertida.

El arte y la creación alimentan el alma y la ociosidad. Una lástima que allá arriba se decidiera que lo placentero está mal... Más para nosotres.

También la experiencia fue didáctica ya que descubrí que el hielo puede quemar tanto como el fuego. Eso explicaba porque muchas personas pensaban que el infierno se hallaba cuajado de escarcha. Por primera vez en mucho tiempo no debía preocuparme por estar en guardia, ya que no tenía colegas ni hermanes que me enojaran, por decirlo finamente. Se hizo de noche y comenzó a nevar de manera muy suave. No me di cuenta de que una persona me miraba hasta que decidí moverme y descubrir qué necesitaba hacer para salir de la bola de Puck. Esa tarde podría calificarse de inciertamente magnífico, pero tocaba volver a la realidad.

Un deseo inesperado en Navidad [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora