Capítulo 46: El Espectro

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Valerie

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Valerie.

El tiempo avanzaba lentamente, convirtiendo los minutos en horas y avanzando a paso de tortuga.

En el amplio pabellón, el círculo seguía estando presente. Después del complejo altercado de palabras que tuvimos la jefa de enfermeras delop hospital y yo, todas tuvieron la oportunidad de hablar sobre sus propios problemas y expresarse de sus represalias como personas locas bajo la presión de Wang. En tan poco tiempo, logré aprender una cosa de cada una de las mujeres internadas del lugar. Aprendí sobre sus vidas, sobre sus intimidades y problemas, y de alguna forma, me hacía sentir como una intrusa en sus ambientes.

Me sentía fuera de este mundo. No sentía que pertenecía ni que iba a pertenecer al espacio de gente insana sin cordura. Yo pertenecía a la libertad, al viento, a las emociones que sientes al momento de estar en la calle mientras el aire golpea tu rostro y alborota tu cabello. ¿Cómo se supone que me sentiré cómoda si he sido apartada de todo lo que amaba?

No era nada placentero el sentimiento de amargura cavado en el pecho, enderezado, recto y erecto, sin estar preparado para marcharse en mucho tiempo.

La enfermera Wang se marchó pasada una hora y pocos minutos desde que apareció en el pasillo y destruyó la ligera atmosfera con su perturbadora presencia. La mujer batallaba en silencio en contra de todas las mujeres que estaban recluidas en el hospital y ahora yo formaba parte de ese críptico grupo que, probablemente, jamás llegaría a entender. Comprendí que la enfermera Zella Wang era una mujer de estrategias; de pensamientos fríamente calculados que albergaban inteligencia, arrogancia y estima hacia su profesión —además de un extraño pensar donde nadie destacaba más que ella.

Podía observar cómo las mujeres no se acostumbraban a la idea de la seguida presencia de la jefa de enfermeras, a pesar de estar más tiempo que yo. Iba en contra de su naturaleza, y se sentía como un experimento incongruente. Una yuxtaposición que no permitía exudar nuestras verdaderas personalidades; ocultas bajo el manto de penumbra en nuestras falsas semblanzas de un supuesto progreso hacia la vespertina cordura. Wang, como una persona asceta, no nos dejaba fluir con normalidad. Creía que sus métodos de curación eran factibles y que subyugarían las rugosas fluctuaciones de nuestro malestar mental; Wang, en realidad, sólo hacía que nosotras nos cerráramos a su extraña visión matutina, obligándonos a nosotras mismas a mantener ese demonio que yacía en nuestras cabezas, que resaltaba una fachada donde la enfermera Wang pintaba encima, con colores y pinturas de neón que ella relacionaba con su supuesta cosmovisión. Pero no iba más allá. No quería ir a rumbos más profundos y no hacía más que "curar" a las versiones de nosotras mismas que creamos a propósito para ser curadas. No obstante, estas fachadas estaban huecas, y Zella Wang sabía eso a detalle, pero se negaba a aceptar y prefería inmiscuirse en su mundano mundo donde la posibilidad de ayudar era honesta pero no factible.

Pernoctar en ese hospital se sentía sinuoso. Como si hubiera mezclado petróleo con agua: un ambiente contaminado. Mi habitación era compartida con Anne Katherine, Angie, la señora Murphy y una mujer que no lograba reconocer o recordar el nombre. En total, éramos cinco y éramos el dormitorio que más personas albergaba. Mientras que los otros dormitorios eran de tres camas o incluso de una sola. Un dormitorio lúgubre, donde el ambiente de pesadez se inhalaba con dificultad y putrefacción. Como si algo terriblemente oscuro hubiera sucedido en esa habitación y precisamente en la cama donde iba a pasar las noches. Las paredes estaban grisáceas por el pasar y desgaste del tiempo, Había manchas que no lograba entender de qué era o cómo fueron las paredes ensuciadas —una mancha de sangre (preferiría pensar que se trataba de sangre menstrual) yacía sobre el suelo, mal lavada ante un banal intento de limpiarla.

Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2023 Where stories live. Discover now