Capítulo 36: El Infierno.

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Valerie

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Valerie.

  Ally me observaba con fragilidad: parecía que en cualquier momento rompería en llanto, pero realmente lo merecía.
   Ella aún me observaba. Su mirada era muy oscura pero inquietante, y sus ojos estaban cristalinos por el agua que estaba por emanar de sus ojos, como cataratas deprimentes.
    Sin más que decir o hacer, más que observarme con frustración, abrió la puerta principal para marcharse de mi apartamento.
    Avan y yo vimos cómo Ally se marchó. Yo tenía los ojos llorosos y totalmente abiertos. Estaba cansada. Totalmente exhausta. Mi cuerpo no paraba de temblar ante el miedo, y el dolor.

   La abogada ya retirada de mi casa, hice lo que quería hacer: caerme, desplomarme y partirme en el frío suelo.

   Caí de rodillas en el sillón de la sala principal, y Avan corrió a socorrer y a ofrecer de su ayuda.

—Val —dijo en un tono totalmente suave para calmar mi llanto irreparable e inconmensurable en cuestión de grandeza y profundidad—. Val, ¿qué sucedió? ¿Por qué estás tan asustada? ¿Qué te hizo la señora Ernest? ¿Por qué vino...? —Un puñado de preguntas formuladas que quedaron, por un momento, vacías en el aire. No podía responder a sus dudas en ese momento. Estaba destrozada y asustada. Lo único que me quedaba era llorar en sollozos enormes. Avan rodeó sus brazos sobre mi cuerpo, y me abrazó con fuerza inmensa, con tierno cariño y cálida emoción. Yo quedé como un bulto pequeño a su lado, acurrucado en un lado del sillón y teniendo a Avan de soporte para evitar caerme y romperme como un pequeño fragmento de fina porcelana, frágil y delicada, que ante el más mínimo movimiento brusco, moriría.

—Tuve tanto miedo, Avan. ¡Tanto miedo! —Mi voz sonaba ronca y totalmente rota, bajo el tono melancólico y de profunda desesperación. 

—Pero, Valerie, explícame qué sucedió —pidió, manteniendo mi cuerpo entre sus brazos, mientras yo desparramaba mis lágrimas sobre su ropa—. ¿Qué hizo la señora Ernest? ¡Estás empapada! Ven, vamos por un abrigo y me cuentas mejor. —Me levantó con calma del sofá, aún teniéndome entre sus brazos, oculta bajo la manta de su cálido cuerpo. 

   Pero realmente no necesitaba de una manta o cualquier tipo de calor. Los tres vasos de alcohol y el cigarrillo mantuvieron mi sangre caliente por unos instantes. Ciertamente, estaba totalmente cuerda, con el estado completamente abierto y lúcido. No me veía afectada por lo que había bebido y fumado. No llegó a su punto clímax y se mantuvo en niveles bajos, casi mínimos. Nunca supe por qué. En otras circunstancias ya estaría ebria. Probablemente fue por el fuerte susto que me dio que me obligó a mantenerme alerta y con la adrenalina a flor de piel. 

   Avan me dirigió hacia la habitación, atravesando el estrecho pasillo blanco y oscuro que  me hacía alusión a un manicomio.
    Cuando él y yo pasamos por la puerta del baño, que yacía a mi lado izquierdo, evité totalmente volver a mirar ese dormitorio y su interior; la tina y su contenido helado. Inmediatamente, me solté por un momento de Avan para cerrar la puerta con fuerza. 
   Él ni siquiera preguntó el por qué del fuerte cerrar de la puerta.

Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2023 Where stories live. Discover now